Al final del período de los jueces, el Mishkán estaba olvidado, a tal punto que ni siquiera sabían cómo ir hacia allí.
Cuando los ancianos de la congregación realizaron consultas acerca de cómo lograr la recuperación de la tribu de Biniamín, que prácticamente fue borrada de Israel, los ancianos elevan la propuesta según la cual las hijas de Iavesh Guilad habrán de danzar en los viñedos en ocasión de la festividad en Shiló, y entonces los hijos de Biniamín las habrán de emboscar y cada uno tomará una mujer. Pero he aquí que la descripción de la festividad en el Mishkán por parte de los ancianos es muy sorprendente: “Y dijeron, he aquí, cada año se celebra la fiesta del Eterno en Shiló, que está al norte de Bet El, y al lado oriental del camino que sube de Bet El a Shejem, y al sur de Lebona” (Versículo 19)
¿Para qué es necesaria una explicación tan extensa? ¿Acaso los niños no conocen dónde está situado el Mishkán, lugar de inspiración de la divinidad?!
Y más aún, ¿por qué el profeta se esfuerza en citar esta extensión que se ve como una cuestión lateral y técnica, que no debería ingresar al libro eterno del Tanaj, en el cual cada palabra es medida y equilibrada?!
En realidad, el interrogante es la respuesta, el profeta nos insinúa con esta detallada descripción cuán olvidado y abandonado estaba el Mishkán en esa época, hasta tal punto que ¡los ancianos se vieron obligados a explicar con suma precisión dónde se halla!
Esta penosa realidad aludida en los versículos que cierran el libro Shoftim, nos prepara para la apertura del libro Shmuel, en la que nos notificamos de una realidad no menos penosa, que deriva en la falta de acceso de los hijos de Israel al Mishkán, en una actitud despectiva y altanera hacia lo sacro –el Mishkán- y hacia el pueblo de Israel, por parte de los Cohanim (Sacerdotes).
El hecho queda claramente de manifiesto en el último versículo, que cierra el libro: “En estos días no había rey en Israel: cada uno hacía lo recto delante de sus ojos” (Capítulo 21, versículo 25). Es decir: no existe en el pueblo “temor del rey celestial” desde el más pequeño al más grande, de modo que por un lado el vulgo del pueblo realizan públicamente algo totalmente abominable como el episodio de “la concubina en Guibá”. Y por otra parte, los Cohanim, quienes deben dar el ejemplo de moral y delicadeza, también ellos cometen actos corruptos en el interior del Mishkán, los que provocan el distanciamiento del pueblo de lo sacro.