A pesar de la relativa rectitud de Tzidkiahu y Hoshea el hijo de Elá, precisamente, en su época llegó la destrucción. Parece ser que ante sus acciones, sobresalió el pecado de la generación, que, aún en el peor momento fue abordado sin sensibilidad ni perspectiva de arrepentimiento y retorno. El pecado de Iehudá se agravó aún más cuando optaron por desentenderse de la inscripción que estaba en la pared con la forma de la destrucción de Shomrón.
Sorprendentemente, la destrucción no se produjo en el período del rey malvado y odiado Yehoiakim, sino en la época de Tzidkiahu, que era infinitamente mejor. Sus hijos fueron degollados ante sus ojos, luego le extrajeron los ojos y murió en prisión, mientras que de la simiente del malvado Yehoiakim, de Yehoiajín, asomó el futuro vástago del reino.
También Irmiahu lloró por su destino, que lo transformó en el profeta de la destrucción y dijo: “¿En la época de Menashé, Israel cometió pecados peores, y no los has destruido, pero sí lo hiciste en mi gestión?”(Bamidbar Raba, 9,7).
De modo similar, se registraron los hechos en la destrucción del reino de Israel:”No fue Pekaj, que luchó contra el reino de Iehudá, el último de los reyes, sino Hoshea, quien abrió las puertas”.
Los Sabios sostenían que justamente la apertura de Hoshea, el hijo de Elá y la rectitud de Tzidkiahu es lo que selló la sentencia-su relativa rectitud resaltaba el pecado de la generación y causaba una excesiva expectativa y una gran desilusión. Ahora, el pueblo no podia endilgar su culpa a los líderes, sino que fue castigado por su pecado, ya que aún al borde del precipicio, continuó actuando del mismo modo, sin arrepentirse ni retornar a la senda del bien. El pecado del pueblo se vio agravado por la destrucción de Samaria (Melajim II, 17), que quedó como una herida abierta a ojos de Iehudá. La provincia asiria que se constituyó allí con colonos nuevos, instruyó a Iehudá claramente sobre el destino del pueblo que viola el pacto con su creador, y a pesar de ello, Iehudá continuó pecando con una total falta de sensibilidad. La inscripción en la pared llegó para que el pueblo se arrepienta, pero retrospectivamente, causó el agravamiento de la problemática.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj, extraído del libro “Mikdash Melej-Iyunim beSefer Melajim”, de ediciones Midreshet HaGolán