Esta Parashá está colmada de preceptos.
Algunos son preceptos que tienen que ver entre el hombre y su prójimo, preceptos que tienen que ver con los idólatras y sus castigos; y otros que tienen que ver con la manera de actuar, de comer y de festejar de aquellos que sirven a Dios. El argumento que se cita como motivo principal de todas estas obligaciones, es justamente: “Hijos son ustedes del Eterno, vuestro Dios”, o “Porque pueblo santo sois para el Eterno vuestro Dios, a ti te ha elegido el Eterno para serle un pueblo selecto entre todas las naciones sobre la faz de la tierra”
Normalmente se suele entender que el nivel especial del pueblo de Israel al ser llamados los hijos de Dios, lleva aparejado un trato especial y la adquisición de ciertos derechos y privilegios; como así también una alabanza y honra especial por ser denominados de esa manera.
No obstante esto no debe ser entendido de esta forma, pues hay varios tipos de hijos que la Torá menciona, por ejemplo en Deuteronomio 22 que dice: “hijos en los cuales no se puede confiar” (banim lo emun bam), o aquel otro que es denominado “hijo malvado y rebelde” (ben sorer umore)
Más bien este concepto, de ser denominados los hijos de Dios, debe ser entendido y asumido como una designación para hacerle acordar al pueblo de Israel sus obligaciones para con su padre celestial, tal como la Torá dice respetarás a tu padre o aquel otro: a tu padre temerás.
Podríamos preguntarnos entonces: Si es así, entonces, ¿Qué beneficio tiene que seamos considerados los hijos del Eterno?
La respuesta es que se trata de un gran nivel y beneficio, pues es un gran honor pertenecer al conjunto de individuos que sirven a Dios, que no desperdician su tiempo en cuestiones mundanas ni giran constantemente alrededor de cosas materiales que no son importantes ni trascendentes.
Para ilustrar este punto, quisiera citar una anécdota: Cierta vez en su viaje por las ciudades del interior de Argentina, un inocente e ingenuo pueblerino, al ver al rabino Eliezer Ben David, se quedó asombrado, y muy tímidamente se acercó y con sumo respeto le dijo:
-¿Es usted un judío?
-Sí, le respondió el rabino.
-¿Usted es uno de los hijos de Dios? Le preguntó sorprendido.
-Bueno, eso es lo que dice la Biblia… le dijo el rabino.
-Mire, yo en este pueblo conozco a todos, soy amigo del hijo del gobernador, del hijo del banquero y hasta soy amigo del hijo del mejor jugador del equipo de argentina. Sé lo que piensan y lo que hacen, pero nunca había conocido a un hijo de Dios. ¿Podría decirme en qué piensa usted? Me intriga mucho saber en qué piensa un hijo de Dios, qué es lo que tiene en su mente…
Cuando el rabino contó esta anécdota, nos dijo que se llenó de vergüenza, pues se dio cuenta que el título de hijo de Dios exigía de nosotros que pensemos y actuemos de forma diferente a los otros, un hijo de Dios, no puede actuar o pensar como los demás…
Por demás está mencionar el beneficio obvio que es apegarse a Dios, conocer la verdad, adquirir cualidades íntegras y correctas, conducirse por caminos beneficiosos y honestos, plagados de misericordia y bondad, respetar y transitar por leyes y preceptos justos y correctos.
Además en esta parashá se ve claramente el contraste tan claro que existe entre el camino de los idólatras y el del pueblo de Israel que sirve al Dios supremo.
Queda de manifiesto la marginación social que se ve en la sociedad pagana, frente a la misericordia y la responsabilidad social del camino de la Torá.
Esta diferencia también se observa en la manera de comer desenfrenada del mundo secular, frente a las normas de las leyes del Kasher que brindan una contención para no correr detrás de sus apetitos y pasiones.
Asimismo las leyes y costumbres de duelo absurdas y necias, y el trato hasta salvaje que los paganos le brindan a los muertos, en contraposición a la moderación y contención que las leyes de duelo judías pregonan, como así también el respeto y cuidado supremo por los difuntos.
Podemos observar la violencia del culto idolátrico, hasta el punto tal que llegan a quemar vivos a sus hijos para aplacar la ira de sus dioses. Frente al culto de la Torá a Dios que no exige grandes sacrificios ni ofrendas costosas.
Así también contrasta la promiscuidad y lujuria de los cultos idolátricos frente a la santidad, pureza, respeto y alegría que se debe tener en el santuario cuando se sirve a Dios.
Todo esto está concentrado en el versículo central de esta parashá que dice: “Porque pueblo santo sois para el Eterno vuestro Dios, a ti te ha elegido el Eterno para serle un pueblo selecto entre todas las naciones sobre la faz de la tierra”
Como hemos dicho, hay en esta parashá una gran cantidad de preceptos y obligaciones, pero no se trata de un conjunto de leyes que son un peso o una carga, al contrario, se trata de una verdadera bendición.
Existe una regla de oro que dice: es preferible la contención al libertinaje, ya sea en las necesidades básicas como la alimentación, el dolor ante la pérdida de un ser querido, como así también en aquellas cuestiones espirituales y servicios religiosos.
En todas estas cosas hay en el ser humano una tendencia a exagerar o perder el sano juicio, es por eso que la Torá establece límites y barreras que no deben ser cruzadas, como así también castigos, para que así, el individuo se aleje de aquello tan dañino, me refiere a perder la conciencia en nombre de la religión.
Por otro lado, la Torá confecciona una sensata relación que debe existir entre el hombre y su fortuna y pertenencias, para que éstas no se transformen en el valor más preciado de su vida
Si no, más bien, que se acostumbre a dar a los pobres, pero por sobre todo que se concientice que todo proviene y pertenece a Dios. Esto debe ser exteriorizado y expresado en el servicio a Dios (no hacerlo de una manera mezquina o avara) y también en las obras de benevolencia hacia el prójimo (de buena gana y con misericordia) como está escrito: Escucharás la voz del Eterno vuestro Dios, para hacer todos estos preceptos que te ordeno hoy, para obrar lo correcto a los ojos del Eterno vuestro Dios”
Debemos notar que este último versículo, no solo nos pregona hacer lo que consideremos bueno y correcto, sino que pone hincapié en obrarlo correcto a los ojos de Dios.
Lo relevante de esta afirmación es que a pesar que en la Torá veamos leyes que a los ojos del mundo moderno o iluminista de nuestros días, puedan ser catalogadas por los hombres como incorrectas, debemos saber que no todos los preceptos de Dios son agradables para los seres humanos, hay mandamientos cuyo sentido no se ve a simple vista y hasta pueden parecer extraños, es por eso que nos recalca que debemos hacer lo bueno y lo correcto de verdad para aquel que es sabio en extremo y posee cualidades perfectas y sublimes por sobre los humanos.