“Y en caso de que tu hermano empobrezca y por eso se halle económicamente débil al lado tuyo y vacile su mano, entonces tienes que sustentarlo, residente forastero y poblador, tiene que mantenerse vivo contigo.” Vaikrá 25:35
Está más que claro que la Torá nos obliga a apoyar y sostener no sólo a nuestros hermanos sino también al extranjero y al residente que comparten nuestro espacio de residencia. Ellos tienen derecho a residir en la tierra y a participar de su bienestar. A la solidaridad y al cuidado. El Rambam agrega: “Uno debe actuar hacia los extranjeros residentes con el mismo respeto y la bondad amorosa que hacia un judío” (Hiljot Melajim 10: 12).
Esta norma desborda ampliamente las reglas pragmáticas de lo que hoy llamaríamos “buenas relaciones comunitarias y ciudadanía activa” en una sociedad multiétnica y multicultural y que en el lenguaje de nuestros sabios se llamó “darjei Shalom”. Esta indicación no está basada en la tradición ni en la jurisprudencia sino en la inmediatez de resolver cuestiones conflictivas inherentes a las relaciones con los gentiles -aún si fueran paganos-, con todos los seres humanos y con los residentes comunes a la misma zona. Esas reglas surgen de una cuestión pragmática fácil de comprender, pero no en principios morales ni religiosos.
Sin embargo el mandamiento citado, nos ordena a ser justos y éticos y no por conveniencia o como estrategia de sobrevivencia, sino porque es una obligación moral.
Recordemos que el Talmud en (Baba Metziá 59b), nos recuerda que en el texto bíblico aparece una sola vez la obligación de amar a nuestro prójimo pero, en treinta y seis, amar al extranjero. Incluso hay quien cuenta 46 referencias al extranjero a lo largo del Pentateuco (Ver Tosafot allí).
Rabí Jaim ben Atar, el autor de OrHajaim explica el valor ético del versículo, ejemplificando las negociaciones de Abraham en la adquisición de la sepultura de Sara, derivadas de principios sobreentendidos del derecho de sepultar a los muertos, cuando no había expresado su voluntad de residir permanentemente allí, haciendo el principio universal y recíproco: “así como tú tienes la obligación de comportarte generosamente con tu vecino, la tiene él para contigo”.
Los derechos de las minorías son la mejor prueba de una sociedad libre y justa. Pocos, quienes como nosotros fuimos esclavos antes de ser pueblo y extranjeros en los largos siglos del Exilio, lo sabemos porque lo sufrimos en nuestra carne y no lo olvidamos.
Ahora tenemos la oportunidad de comportarnos siguiendo al versículo también en la Tierra en la que somos mayoría. No está de más recordar la norma y tratar de aplicarla siempre y donde podamos.