Esta parashá nos permite reflexionar acerca del libre albedrío, la precognición y la responsabilidad.
Cuando nos detenemos a analizar los sueños de Yosef, vemos como están íntimamente ligados a temas más profundos.
Yosef primero tiene sus propios sueños y sólo después interpreta las visiones de los demás.
La pregunta que la plantea a nosotros -y hasta cierto punto a su padre, Yaakov- es si los sueños representan sus ambiciones personales o si deberían ser vistos como una fina cortina del velo que esconde un drama mayor del cual también nosotros somos parte.
Sigmund Freud se limitó a verlos sueños dentro del contexto del mundo empírico y el de las emociones. Pero rechazó que los sueños están relacionados con el futuro y la capacidad de predecirlo. No consideró que podamos tener acceso a una visión más amplia que trascienda nuestros deseos personales.
En tiempos bíblicos, la adivinación de cualquier tipo estaba mal vista. Ello nos obliga también a recordar que el judaísmo rechazó, a diferencia de otros credos, que haya una concepción que se encuentra entre el libre albedrío y el determinismo: el del destino.
El libre albedrío sugiere que nosotros y las otras fuerzas en este mundo somos los únicos determinantes tanto del significado como del valor de nuestras acciones.
El determinismo sugiere que lo que “es” no podría haber sido de otro modo, es decir, simplemente estamos viviendo en un drama prescripto.
El destino funciona de manera muy diferente: ni nos controla ni nos ignora. Más bien, nos invita a vivir una vida más allá del concepto estrecho de interés propio. Podemos vivir nuestras vidas haciendo lo que hacemos, sin reflexionar sobre ningún todo más grande en el que podamos estar participando. Pero si se levantara el velo, como lo hiciera Yosef, nuestras vidas estarían imbuidas de significado y dignidad.
No se nos coacciona ni se nos engaña para que reflexionemos sobre nuestro destino, apenas somos invitados. Y con esta invitación viene la posibilidad de pasar de una vida “accidental” a una que esté en armonía con la bondad de la creación original.
La esposa de Potifar es presentada como la persona que deseó seducir y, por lo tanto, poner a prueba a Yosef y para ser la causa inmediata de su lanzamiento al calabozo. También sirve para ejemplificar a una persona que no puede ver más allá de sus propios deseos inmediatos. Yosef no es un ejemplo moral para ella, sino una tentación. Una vez que Yosef haya reconocido su propio destino, fácilmente podría haberle dicho a la esposa de Potifar lo que más tarde les diría a sus hermanos: “En cuanto a vosotros, teníais pensado un mal contra mí. Dios lo tenía pensado para bien, con el propósito de obrar como sucede hoy, para conservar viva a mucha gente” (Bereshit 50:20).
Es un buen judío aquel que elige por su propia conciencia hacer acciones correctas.
Soñar no cuesta nada, pero, los sueños no deciden la realidad. Las circunstancias las deciden únicamente nuestras acciones.