Cada uno de nosotros tiene acceso directo a Dios y a su Torá. En contraste con las grandes corporaciones en las cuales el empleado de menor rango nunca podrá dirigirse al “primero en la línea de jerarquía”, entre nosotros, cada uno posee un teléfono rojo.
Antes de que estallara la guerra de Iom Kipur, un capitán de la unidad de inteligencia advirtió que está a punto de estallar una guerra. Pero sus generales no le creyeron, y por consiguiente, la información no circuló. He aquí que un capitán no puede comunicarse en forma directa con el primer ministro, salvo que sea el Arik Sharón de los años cincuenta. La obstinada jerarquía militar limita mucho el vínculo entre los niveles superiores y los inferiores. A decir verdad, todos los sistemas operan así: traten de imaginar que un empleado de bajo rango en Microsoft se comunica telefónicamente con Bill Gates. Todos los sistemas; a excepción de uno.
En el mundo religioso existe un acceso pleno al “primero en la jerarquía”: toda persona puede dirigirse a Dios. Cada uno posee un teléfono rojo. El Rabino Soloveitchik tenía la costumbre de enfatizar que el rezo es un regalo inmenso. Tres veces por día ingresamos abruptamente a la oficina de Dios, y le exponemos nuestros pedidos y reclamos. Esto no es algo sobreentendido. Pero el acceso directo a Dios, que se manifiesta en la plegaria, es vital para nuestro mundo espiritual.
No solamente a través del rezo tenemos acceso directo a la cúspide del mundo del espíritu. En nuestro capítulo, Dios rechaza una posible excusa para el abandono de los preceptos: “Pues la ordenanza esta, que yo te ordeno a ti hoy, no está oculta de ti ni está distante de ti. No está en el cielo, para decir: ¿Quién habrá de subir por nosotros al cielo, y la tome por nosotros y nos la haga entender y la cumplamos? Ni allende el mar está para decir: ¿Quién habrá de pasar por nosotros allende el mar y la tome por nosotros y nos la haga entender y la cumplamos? Pues, cercana a ti está la cosa, en tu boca y en tu corazón, para cumplirla.” (Versículos 11-14).
Los comentaristas analizaron los detalles de esos versículos, pero el mensaje central es claro: la Torá y los preceptos están disponibles y al alcance de la mano. No lo echen de menos. Hay religiones, cuyos principios de fe y su teoría no son conocidos por el público masivo. Los drusos, por ejemplo, no conocen cuáles son los principios de su religión. Sólo algunos pocos sabios conocen los principios religiosos de los drusos, y tienen prohibido revelarlos al resto de los creyentes. A diferencia de ello, nosotros no sólo estamos autorizados a estudiar la Torá, sino que estamos obligados a hacerlo. Dios quiere que todos seamos sabios, que comprendamos y conozcamos la Torá; que todos nos aproximemos lo más posible a la cima del mundo espiritual.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj del libro "Perashot" publicado por "Maaliot".