Con el amor no es suficiente, dice el capítulo. Dios es el rey del mundo, y el rol compromete. Para llevarlo a cabo, a veces, hay que volverse cruel, gritar, arrojar fuego.
Dany, el destacado personaje de Jaim Potok, es el hijo erudito de un Gran Rabino y Maestro muy particular, el rabino de una comunidad jasídica muy conservadora en los Estados Unidos. El padre de Dany, el Gran Rabino y Maestro lo cría en silencio. Nunca habla con su hijo. El objetivo del silencio cruel, violento, es capacitar al hijo para heredar su cargo, llegado el momento. A tal fin, el hijo debe comprender en profundidad los sufrimientos de este mundo, experimentar el dolor y la soledad que se hallan más allá de las palabras, dentro de ese gran silencio. Ese hecho cruel por parte del padre, es realizado con amor, y tomando consciencia de la profunda misión. Finalmente, aun si no ocupó el cargo para el cual lo ha capacitado, el padre transformó a su hijo en una persona muy especial.
El pasaje que realiza Hoshea en el capítulo entre el amor del padre a su hijo, con el rugido intimidante del león, es una transición difícil y casi incomprensible. “Cuando Israel era niño, Yo le amé” (Versículo 1), dice en el inicio, “y de Egipto llamé a Mi hijo”. “Llamé a mi hijo”, con la simpleza del padre que asoma la cabeza por la ventana para llamar a su hijo para la cena. Cuan diferente es este grito del rugido del león que nuclea a todo el rebaño a través del miedo. “porque en efecto rugirá, y los hijos acudirán presurosos desde el occidente” (Versículo 10)
Vuestro Dios es comparado con un león, dijo cierta vez el César a Rabí Yehoshua ben Janania (Julín 59b), ¡Quiero verlo! El Cesar que admira el poder, se entusiasma ante la posibilidad de ver a un león particularmente grande, pero su entusiasmo disminuye inmediatamente después de un encuentro con los daños provocados por sus rugidos
Con el amor no es suficiente, dice el capítulo. Dios es el rey del mundo, y el rol compromete. Para llevarlo a cabo, a veces, hay que volverse cruel, gritar, arrojar fuego. “Porque Yo seré como león para Efraim, y como leoncillo a la casa de Iehudá”, dijo el profeta en el pasado (Capítulo 5, versículo 14). “El Señor rugirá desde Tzión, y desde Ierushalaim dará Su voz”, dirá Amós (Capítulo1, versículo 2), en el próximo libro, “y se enlutarán las praderas de los pastores, y se secará la cumbre del Carmel” (Amós, capítulo 1, versículo 2). Hay un rugido de león que quema como el del dragón que escupe fuego. Como la revolución en Sdom y Amorá (Sodoma y Gomorra). “¿Cómo te he de hacer como Admá? ¿Cómo te pondré como Tsvoím?”, se lamenta el padre-el león ocultándose; “¡Se ha revuelto Mi corazón dentro de Mí, Mis compasiones a una se inflaman!” (Hoshea, capítulo 11, versículo 8).
Gentileza sitio 929.