El profeta describe un terremoto, la tierra se desintegra y se desmorona. Y el oyente se pregunta, si acaso está describiendo un espectáculo físico tectónico o una desintegración moral, o tal vez, ambas.
No hay mejor metáfora que un terremoto para la realidad socavada. Todos conocemos los titulares de los diarios del estilo-“Terremoto en el Partido Fulano”, “Terremoto en la institución fulana”, o-“el piso tiembla bajo los pies de...”, no se puede desaprovechar el drama, la sensación de que algo esencial ha ocurrido aquí.
Y hay, por cierto, terremotos reales. Los titulares de los diarios saben muy bien cómo difundirlos. Terremoto en Tailandia, Tsunami en Japón. Fotos de los sobrevivientes, de los muertos, delegaciones de ayuda. Los medios de comunicación son muy cuidadosos en sacarle el jugo a cada momento dramático posible: al igual que ellos, nuestro capítulo describe un caos total.
He aquí que el Señor vaciará la tierra y la dejará desierta,
y trastornará su faz,
y dispersará sus habitantes.
El rostro de la tierra se distorsiona y se arruga, sus capas de base se mueven, y sus habitantes son dispersos por todas partes, por el miedo y por el horror. Allí, en la época de Uziahu y Jizkiahu, hubo un terremoto en Ierushalaim que sacudió-literalmente-a la Tierra de Israel, dejó sus señales, e inspiró descripciones del pasado y de profecías del futuro. Se convirtió en un momento central que data de los tiempos de las profecías-“dos años antes del terremoto”, o de las descripciones de miedo y fuga: “huirán tal como huyeron a causa del terremoto en los días de Uziá, rey de Iehudá” (Zejariá, capítulo 14, versículo 5). Algunos asocian la profecía de consagración de Yeshaiahu en el capítulo 6, con este mismo hecho-“Y las jambas de los dinteles se conmovieron”. Tanto la sensación física (“Se conmovieron...la tierra se moverá”), las imágenes (se llenará de humo) y las voces (Yeshaiahu: “terremoto”, Amós: “El Señor también rugirá desde Tzión, y desde Ierushalaim hará resonar Su voz”).
¡Completamente se quebrantó la tierra! ¡Del todo despedazada está la tierra! ¡Enteramente sacudida está la tierra!, grita el profeta, y el que escucha, se pregunta si está describiendo un espectáculo físico téctonico o una desintegración moral, o ambas.
“Tambalea la tierra como un borracho; se columpia de acá para allá como una choza, y pesa sobre ella su transgresión; y caerá, y no volverá a levantarse”. El que camina borracho, busca un lugar para aferrarse, y se cae al piso-ya sea por la ley de la gravedad o por conmoción o “porque le pesa su pecado”. Esta confusión entre las dimensiones es totalmente deliberada.
Hay terremotos, me dijo esta semana un conocido educador, y habló del trauma psíquico y sobre cómo afrontarlo en el contexto de los jóvenes adictos que llegan a él, tras haber sido expulsados de todos los otros marcos. Luego, el educador citó a un ingeniero que le dijo que la fortaleza de los cimientos determinará si es que en un terremoto la casa se desintegrará por completo o si se mantendría en pie y se recuperaría.
Cortesía sitio 929