El profeta Yeshaiahu comienza con un cántico sorprendente de alabanza y agradecimiento. ¿A qué se debe tamaña alegría? ¿Acaso es apropiado alegrarse cuando caen los enemigos y sus residencias son destruidas?
Al final de la profecía anterior, en la cual se describe la gran crisis mundial y el desmoronamiento de todos los cimientos de la tierra, irrumpe el profeta Yeshaiahu con un cántico poderoso a Dios. Un cántico de agradecimiento por haber convertido Dios ciudades enteras en un montón de escombros, a una ciudad fortificada en una avalancha de piedras, y por el hecho de que palacios han sido destruidos y nunca más serán reconstruidos.
Aparentemente, dicho cántico no resulta apropiado. Hemos aprendido que no debemos alegrarnos ante la caída de los enemigos ya que todos son criaturas de Dios, y que en todo caso, no corresponde cantar y agradecer por la destrucción y la matanza, sino, a lo sumo, por la salvación y el rescate.
Parece que el profeta Yeshaiahu, con este cántico, nos enseña que hay situaciones en las cuales se debe ejercer mano dura contra el mal, a fin de erradicarlo. A pesar de que esta mano destruye todo por completo y no permite recuperación alguna, es importante e imperioso eliminar el mal. El renunciamiento y la contención no deben santificarse, sino que debe emplearse toda la fuerza necesaria, a fin de erradicar la maldad. Una vez que el mal fue eliminado, se puede agregar luz y reparar todas sus derivaciones y ramificaciones, pero sin embargo, la raíz debe ser destruida.
En la continuidad del capítulo, se describe un banquete de alegría en el cual los pueblos habrán de comprender que Dios actuó bien al erradicar el mal de ellos y que a través de ello, se evitó un gran derramamiento de sangre. y el Señor Dios enjugará las lágrimas de sobre todas las caras, los rostros de personas correctas e íntegras que pueden llegar a caer en manos de los perpetradores del mal. Sólo así, será eliminado el oprobio de toda la Tierra (versículo 8).