De una salvación milagrosa a la redención final

De una salvación milagrosa a la redención final

 

Muchas veces a lo largo de la historia, el pueblo de Israel estuvo al borde del precipicio y obtuvo una salvación repentina y milagrosa, como aconteció en la época de Jizkiahu. ¿Por qué esa clase de salvaciones no se transformaron en la redención final?

El capítulo 29, que inaugura el conjunto de profecías “Ay”, continúa también la serie de profecías de la Casa del vino: “¡Deténganse y maravíllense! Gocen y enceguézcanse todavía más! ¡Ebrios están, mas no con vino; tambalean, mas no a causa de licor fermentado!” (versículo 9). Resulta lógico suponer que en el comienzo del capítulo se describe el sitio de Sanjerib sobre Ierushalaim, en el período de Jizkiahu: “Y acamparé contra ti en derredor, y te cercaré con ejército obsidional, y levantaré contra ti máquinas de asedio” (versículo 3), y como resultado, la milagrosa salvación de la ciudad (5-8). Pero no hay una mención expresa a la época de Jizkiahu, ya que se trata de una profecía para las generaciones. El modelo de la ciudad sitiada, rodeada de enemigos, que logra una salvación milagrosa y un bienestar repentino, se habrá de repetir también en la época del retorno a Tzión y en el período de los Jashmonaim, e incluso, en la éltima generación, entre la guerra de la liberación y la guerra de los seis días.

El hecho de que el milagro de la salvación no se convierte en la última redención, no en los días de Yeshaiahu y Jizkiahu, ni tampoco en las otras ocasiones, hasta la actualidad, es lo que provoca que el profeta suspire y realice el llamamiento de “Ay”,  “Ay de Ariel, de Ariel” (versículo 1), alusivo a Ierushalaim, al Templo y al altar, y “¡Ay de los que ahondan el consejo, a fin de ocultarlo al Señor, y cuyas obras están envueltas en tinieblas; y dicen; "¿Quién nos ve?, ¿y quién nos conoce?” (versículo 15).

La culpa recae en aquellos judíos que están “borrachos y no de vino”, aquellos que se han quedado dormidos, cuyos ojos están cerrados (versículo 10) para los que la palabra de Dios en la Torá es como un libro sellado, que no saben ni quieren saber leerlo (11-12). Los judíos, cuya observancia de los preceptos es “de un modo automático, debido al acostumbramiento”, y que llevan a cabo sus acciones en la oscuridad y están convencidos que nadie los ve (versículo 15). Ellos no aprenden nada de los maravillosos giros históricos, y continúan pecando y haciendo pecar, ignorando a aquellos que reprenden en la puerta y desviando a los justos hacia el vacío (versículo 21).

Los milagros y las maravillas realizadas por Dios con Ierushalaim no habrán de modificar la realidad espiritual. Sólo cuando los extraviados de espíritu conozcan la inteligencia y los murmuradores reciban la instrucción (versículo 24), tendremos el mérito de ver la influencia positivo del milagro y la salvación. Entonces, todos comprenderán que la salvación es obra de Dios entre nosotros, y a partir de ello, santificarán al Santo de Iaacov, y temerán al Dios de Israel (versículo 23).

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