Desde siempre, nuestros enemigos han sabido formular acusaciones falsas y difamatorias para sembrar el miedo entre nosotros y desacreditarnos ante todos los pueblos. La mejor manera de lidiar con esto es desentenderse y no reaccionar, o alternativamente, responder a la guerra con fuerza, pero no tratar de justificar o explicar.
Ravshaké, el jefe del ejército de Sanjerib, el rey de Ashur, inicia una campaña de desprestigio contra Jizkiahu, el rey de Iehudá, en el marco del cual miente al presentar los hechos y tergiversa su sentido. Todo para cautivar los corazones de los habitantes de Ierushalaim, con el objetivo de que ejerzan presión sobre el rey y se rindan ante él, de modo que pueda conducir a todos al exilio, hacia el imperio asirio. Repasemos sus argumentos:
Primero, desprecia el poder de Jizkiahu y posiciona a su aliado, Egipto, como un bastón en el que no se puede apoyar y confiar. El único argumento que también justifica Yeshaiahu en sus profecías, sin embargo, por cierto, por otras razones.
En segundo lugar, se dirige a generar una falta de confianza del pueblo en el rey Jizkiahu. Sostiene que Jizkiahu, parece argumentar en favor de la confianza en Dios, no obstante, él mismo demolió todos los sitios altos y los altares y sólo dejó el altar cercano a su palacio, el Templo en Ierushalaim, y ello a fin de fortalecer su estatus y no el de Dios. Demás está destacar que se trata de un argumento falso desde su base ya que Dios ordenó eliminar todos los sitios altos construidos en Su honor y traer sacrificios solamente en el Templo. Jizkiahu no hace esto en su propio honor, Dios libre y guarde, sino por su ferviente apego a Dios y Su voluntad.
Tercero, despreciaba el poder y la capacidad de Dios para salvar a Israel. Con sumo descaro, compara a Dios con los otros dioses que no lograron derrotar al rey de Ashur. Se olvida que está encolerizando a Dios y que todo es ejecutado por misión de Dios. Es por ello que será castigado, a pesar de que todo era de Dios. No atribuye su poder a Dios sino que está persuadido de que él es la fuente del poder y aquí se halla su error y su pecado, por el cual pagará el costo.
A partir de este episodio, aprendemos una gran lección, en lo concerniente a la cuestión de cómo lidiar con argumentos demagógicos y mentirosos. Jizkiahu nos enseña que debemos callar y no responder, ya que nuestra reacción puede llegar a ser interpretada como aceptación de las palabras (Melajim II, capítulo 18, versículo 36; Yeshaiahu capítulo 36, versículo 21). Yeshaiahu nos enseña que se deben atacar los argumentos intimidatorios para crear equilibrio (Melajim II, capítulo 2, versículo 19; Yeshaiahu, capítulo 37). No debemos responder al enemigo de un modo educado y tolerante sino aferrarse a su estilo y darle batalla.