Mordejai no se comporta como los padres que envían a sus hijos pequeños a programas “reality”, a fin de que se encuentren en el ámbito de los “mozos del rey”, que disfruten del rating y de los “me gusta”, y tal vez, hagan realidad el sueño y se hagan acreedores a un premio importante y a la fama. Por el contrario, él está sumamente preocupado, la preocupación de un padre judío por su hija.
Tras la resonante apertura, “ciento veinte y siete provincias“(1,1), riqueza y pompa, “lienzos blancos, verdes y de color cárdeno, prendido por medio de cordones de lino fino blanco y de púrpura…con reclinatorios de oro y de plata“(1,6), “y el beber por orden real, era sin compulsión“(1, 8), llega el día después. La resaca. El momento de la desilusión del vino y del enojo. “Cuando se hubo calmado la ira del rey Ajashverosh“(1). La expulsión ya fue ejecutada y no hay marcha atrás. La reina “desobediente” salió del palacio avergonzada, pero ¿ahora qué se hace?
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El mujeriego no olvidó nada ni aprendió nada. Con el objetivo de elegir a la “destinada”, reúne “a todas las jóvenes vírgenes” (3) a la casa de las mujeres, como si fueran un rebaño que debe ser concentrado en el corral. Allí se perfumarán y se embellecerán para la competencia de la reina de la belleza, “Miss Shushán”. Y sólo una, la más dichosa, tendrá el mérito de acceder al palacio del rey.
Jazal, nuestros Sabios de Bendita Memoria, fueron más duros aún con este hecho abominable, al describir cómo el rey “revisa” a cada una de las jóvenes, hasta que eligió a la que más le gustaba. Al hacerlo, nuestros Sabios nos proporcionaron una señal de advertencia constante para todos los que tienen poder, para que no se aprovechen de su estatus a fin de avergonzar al más débil, ofenderlo y humillarlo.
Del otro lado del mostrador, se halla el único Tzadik, Justo de Shushán, exiliado de su tierra, plantea una antítesis a los actos de placer y hedonismo de Ajashverosh.
Por lo general, Mordejai es reflejado en la Meguilá, en su plena pobreza. Como un “shleper” anciano, vestido con harapientos y ceniza, que ayuna y guarda duelo. Junto a su pobreza material, se refleja su riqueza espiritual y sus valores. Un hombre que cuida sus convicciones, que no se prosterna ni se arrodilla. Un hombre que preserva un secreto y que comprende silenciosamente, que se preocupa por salvar al rey, de la trampa mortal que le prepararon sus súbditos.
A los ojos de Mordejai, Ester no es un objeto que puede ser trasladado a la casa de mujeres en Shushán, cual si fuera una encomienda o una carga excepcional. A los ojos de Mordejai, Ester es una persona. Una niña en riesgo, abandonada, huérfana de padre y madre. Mordejai la lleva a su casa, la adopta como su “hija” y la trata como una niña adoptiva a la que hay que brindarle amor, sensibilidad y atención.
Mordejai no se comporta como aquellos padres que envían a sus hijos a un programa “reality”, con el fin de que se encuentren con los “mozos del rey”, disfruten del rating y de los “me gusta”, y tal vez, hagan realidad el sueño y logren el gran premio y la gloria que acompaña el hecho de exponerse en el centro de las cuestiones, en el palacio del rey.
No resulta casual que el texto haga hincapié, y en dos veces consecutivas (8,16) que Ester “es llevada” a la casa del rey, contra la voluntad de Mordejai y contra su propia voluntad. También en ese momento de dificultad, Mordejai no está tranquilo. Es un padre preocupado. Mordejai recorre todos los días el patio de la casa de las mujeres. Para saber cómo está Ester y qué es lo que le hacen. La preocupación de un “Idisher Tate”, (un “padre judío”, en Yidish), la preocupación de un padre judío por su hija, una preocupación constante y permanente en esos días, en estos tiempos.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj
Gentileza del sitio 929