El castigo de un ratero es más grave que el de un ladrón, porque él siente que nadie, incluido Dios, lo ve. Hay en ello también una problemática social-la conciencia de que “si no me atraparon, está todo bien”, destruye las bases de la sociedad.
Cuando Yeshaiahu observa a su alrededor, reconoce dos estados de pecados. Uno, se da de modo manifiesto, a la luz del día, y el otro, en la oscuridad. En nuestro capítulo, precisamente se da debajo de la superficie, lejos del espacio público, en sitios donde no hay un ojo avizor:
“¡Ay de los que ahondan el consejo, a fin de ocultarlo al Señor, y cuyas obras están envueltas en tinieblas; y dicen; "¿Quién nos ve?, ¿y quién nos conoce?" (versículo 15).
Dos tipos diferentes pueden representar a los dos estados. Uno es el ladrón, que roba a la luz del día, el otro, es el ratero, que realiza la tarea lejos de la vista de todos.
¿Cuál es el pecado más grave, el que se comete en la oscuridad o el que se hace a la luz del día? ¿El del ladrón o el del ratero? Rabí Iojanan Ben Zakai abordó esta pregunta (Talmud Bavlí, Baba Kama 79b):
“Le preguntaron los discípulos a Rabí Iojanan Ben Zakai: ¿por qué la Torá consideró que es más grave el accionar del ladrón que el del ratero?”.
Los discípulos de Rabí Iojanan Ben Zakai se mostraron sorprendidos por el principio que determina que el ladrón que fue atrapado paga una multa doble, mientras que el ratero no está obligado a pagar el doble.
Les dijo: este (el ratero) comparó la dignidad del siervo a la de su amo, y este otro (el ladrón) no lo hizo. Es como si el ladrón estableciera que el ojo de abajo, es decir, el ojo de Dios, no viera, y como si el oído de abajo, el oído de Dios, no escuchara. Como está escrito: “¡Ay de los que ahondan el consejo, a fin de ocultarlo al Señor, y cuyas obras están envueltas en tinieblas...” (Yeshaiahu, capítulo 29, versículo 15).
El ratero, según Rabí Iojanan Ben Zakai, desafía a todos. Todos ven que él comete un pecado, pero a él no le importa. A diferencia de él, el ladrón siente que está solo. Nadie ve, ningún ojo observa. El ladrón, a partir de su accionar, quita a Dios del juego.
Si reflexionamos acerca de los conceptos de Rabí Iojanan Ben Zakai, el daño que los ladrones causan a la sociedad es muchísimo más grave que el que causan los rateros. La conciencia de que “si no me atraparon, todo está bien”, es la que destruye las bases de la sociedad. Cuando una persona pierde la sensación de un ojo vigilante, de alguna prueba en la cual se encuentra, comienza el colapso. La sensación de que el único ojo avizor es el entorno, es la que permite que enormes cantidades de dinero fluyan por debajo de las mesas y que infinidad de actos de injusticia ocurran lejos de la vista. Ay de los que dicen quién nos ve y quién nos conoce.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj
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