La singularidad del pueblo de Israel, en comparación con el resto de los pueblos, es descrita conjuntamente con la singularidad de Dios en comparación con los otros dioses, y así, se enfatiza que la existencia de Israel es una existencia atemporal, que no es juzgada como todos los pueblos.
En el capítulo 41 del libro Yeshaiahu se describe un evento muy especial, denominado por el profeta “el juicio de los pueblos”: “¡Guarden silencio delante de Mí, oh islas, y los pueblos tomen nuevas fuerzas! ¡Acérquense; entonces hablen! ;Lleguémonos juntos al tribunal!” (versículo 1). En este juicio, el profeta acentúa la temporalidad de las potencias mundiales, que se ven como invencibles, frente a la infinitud del rey de toda la Tierra-“¿Quién lo ha obrado y lo ha hecho? Yo que establezco (la misión de) las generaciones desde el principio” (versículo 4). De este modo, el capítulo enfatiza la diferencia significativa existente entre el reino de Dios y los reyes e ídolos del mundo: Dios, no es solamente un gobernante que gobierna “más tiempo” que los reyes humanos. El profeta describe la creación del mundo, a fin de explicar que la eternidad de Dios emana del hecho de que ֹÉl es el hacedor de toda la historia y el creador: “¿Quién ha suscitado desde el oriente a aquel, a quien llamó en justicia para que Le siguiese? Entregó delante de él naciones, y le hizo enseñorearse de reyes” (versículo 2). A diferencia de ello, los reyes de la tierra reinan dentro de la historia, y no se desvían de ella. Una diferencia adicional entre Dios y los ídolos está explicada en la continuidad del capítulo: Dios reinaba ya antes de la creación de las criaturas, mientras que los ídolos de los pueblos fueron creados por sus adoradores, de un modo que es descrito cínicamente por el profeta:” Y así anima el artífice al platero, y el que alisa con el martillo al que bate en el yunque, diciendo de la soldadura: "¡Buena está!" y luego asegúralo (el ídolo) con clavos, porque no se mueva” (versículo 7).
En la continuidad del capítulo, el profeta se dirige a Israel y les recuerda el particular pacto acordado entre el pueblo de Israel y Dios:” Mas tú, oh Israel, siervo Mío, Iaacov, a quien he escogido, simiente de Mi amigo Abraham” (versículo 8). Es posible que el abordaje conjunto de la singularidad del pueblo de Israel en comparación con los otros pueblos y la singularidad de Dios frente a los ídolos hace hincapié, en que en contraste con las naciones del mundo, cuya existencia pende de un hilo y se aproximan al juicio ante el rey de toda la Tierra, la existencia de Israel, es una existencia atemporal. El pueblo de Israel no es como todos los pueblos, que asoman y caen en las convulsiones de la historia, y no se presenta ante Dios para el “juicio de los pueblos”. En el contexto de esta explicación, podemos comprender la descripción que aparece en el próximo capítulo, que relaciona la creación del mundo con la elección de Israel como el pueblo de Dios: “Así dice el Dios, el Señor, el que creó los cielos y los extendió, el que extendió la tierra con todo cuanto hay en ella, el que dio aliento a la gente que sobre ella (vive), y espíritu a los que caminan por ella: Yo, el Señor, te he llamado en justicia, y tendré asida tu mano; y te guardaré y te pondré sobre el pueblo de Mi pacto, por luz de las naciones” (capítulo 42, versículos 5-6).
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Cortesía del sitio VBM de la Academia Rabínica Har Etzion