“«Habla a toda la congregación de los hijos de Israel diciendo»: Santos sean, porque santo soy yo, .A., vuestro D-os”
En nuestro comentario a Parashat Sheminí habíamos dicho que la santidad se logra renunciando al egoísmo y sometiéndose al camino ordenado como sistema para lograr la libertad interior, sin siquiera buscar su racionalidad. La santidad se encuentra en la obediencia, observancia y el sometimiento.
Someternos a los límites, evita pasar por el fuego ya que el mandato no es inmolarse para ser santos. Es vivir plenamente dentro de la norma… aceptarla tal cual, es lo que nos refina.
El Netziv de Wolozin dice que el versículo arriba citado de nuestra Parashá, es el único lugar donde aparece la orden a toda la congregación a cada uno y una de los integrantes de la comunidad. Lo que significa que no es una disposición para “el colectivo” del pueblo sino a cada uno de nosotros en forma individual. Todos tenemos que cumplir con todos los preceptos.
Pero, arribaremos a la santidad cada uno según nuestras aptitudes, nuestra capacidad, nuestra concepción. Nuestras características. Nuestra formación. Nuestros medios.
Cada uno llegara hasta el máximo que pueda pero que no es igual al máximo del otro. La diferencia parece estribar en los detalles.
Leemos Parashat Kedoshim apenas pasado Pesaj, pocos días después de haber leído en la Hagadá, que .A. dijo: “Y he recorrido toda la tierra de Egipto, Yo y no un ángel”, y allí el Ar”i Hakadosh, nos comenta que las impurezas que había en aquel entonces en esa tierra eran tan grandes, que hasta podían influir en los ángeles, y sólo quien es Fuego que Todo Consume, podía llegar a Egipto para cumplir la misión de castigarlos. Pero, ese tipo de santidad no es la que se exige de nosotros. Para ser Kedoshim, no nos debemos apartar de las personas, ni separarnos del mundo, todo lo contrario, debemos estar profundamente involucrados con el prójimo.
Un conocido relato nos dice que en el año 1930, Israel Meir Hacohen Kagan de Radín, – el Jafetz Jaim- viajó a Vilna, que en aquel entonces, hace apenas 80 años atrás, todavía era uno de los centros del judaísmo anterior a la Shoá. Fue invitado a hablar en el templo más importante de esa ciudad lituana. En su honor fueron encendidas todas las velas y fueron adornadas las altas vigas. El Aron Hakodesh resplandecía. Una media hora antes de la programada, el templo estaba ya totalmente lleno. La gente presente percibió la luz espiritual que irradiaba el Jafetz Jaim que rondaba los 90 años de edad. Era una ocasión histórica. ¿Por qué? Porque el Bet Hakneset estaba exclusivamente lleno de mujeres. Esa vez eran los hombres que se amontonaban para ver al Jafetz Jaim en la calle, pero no se les permitía la entrada. El Jafetz Jaim, que había rechazado ejercer el rabinato de púlpito, y subsistía de las ganancias de una pequeña tienda de comestibles que manejaba su esposa, llevando prolijamente la contabilidad para cerciorarse de que nadie había pagado de más, comenzó sus palabras expresando: “Kedoshim Tihyu!” ¡Ustedes deben ser santos! Sí, ustedes. No por medio de sus esposos o sus padres, no por medio de su Rav, ni siquiera a través de sus niños – ustedes mismas deben ser santas. Kedoshim Tihyu, ¡Ustedes deben ser santos como Hashem es santo!”
El Jafetz Jaim terminó su charla precisando que el acontecimiento de esa tarde era histórico, ya que era la primera vez en centenares de años, -la edad del templo- que se había habilitado exclusivamente para mujeres. En ese momento, giró a su alrededor y abrió el Arón Hakodesh. Él, que era cohen recitó la bendición sacerdotal y luego bendijo a las mujeres con bienestar, salud y Shalom.
En tiempos como los nuestros, en los que el concepto de santidad parece estar alejando de la mayoría de judíos, como que vamos delegando en otros la recepción de lo sagrado. Pensamos que la posibilidad de la Kedushá está en el otro. En el erudito, en los rabinos, los rashei yeshivot, los Tzadikim, los gigantes de nuestra generación. Pero… también muchos de ellos están seguros que la orden de ser kedoshim fue cumplida por última vez en la generación anterior.
¿Acaso nos preguntamos alguna vez si deseamos ser santificados? Confieso que da miedo. Admiramos a los respetables y piadosos, nos complacemos con el cuidado y respeto de las mitzvot que están a nuestro alcance, pero no creemos haber nacido para ser kedoshim en la vida cotidiana y no nos educan para ello, ni hacia esas alturas educamos al otro.
El Jafetz Jaim se dirigió a las mujeres y no hizo la apología de la Kedushá, no pidió que la apoyen, ni que la respeten. Simplemente repitió las primeras palabras de la parashá, ¡Kedoshim Tihyu! Éste fue su mensaje.
¿Y qué se exige en esa Kedushá? Pareciera que esa categoría es para personas que evitan caer en los patrones del comportamiento ordinario cuando cumplen mitzvot y prestan atención en algunos detalles. Que piensan cómo vestirse, cómo y cuándo hablar. Que ponen cuidado especial en ser honestos en los negocios y cuidadosos en el trato al prójimo. Como dijimos, cualidades a las que cada uno puede llegar según su capacidad. Podríamos tomar el modelo del mismo Jafetz Jaim que dedicaba mucho tiempo en aprender Torá, y que difundía su conocimiento entre el pueblo. Era activo en las causas judías, ayudaba a los necesitados, cumplía con el versículo según el cual puso el título a su primer libro (1873), que es la primera tentativa de organizar y de clarificar los leyes acerca de la maledicencia, el hablar y los chismes y las calumnias, la difamación y las insidias y a través del cual es conocido: (Tehilim 34:13-14) “¿Quién es el hombre que desea vida -HeJafetz Jaim- y quiere muchos días para ver el bien?- Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño”.
El Jafetz Jaim nos dejó una herencia de 21 libros. Ellos pueden ser nuestra guía para encontrar el camino propio, incluyendo Shmirat Halashón, que acentuó la importancia de guardar la lengua de pronunciar palabras que no deben salir de nuestras bocas, y Mishná Berurá (1894-1907), su comentario de las leyes diarias, (su primera serie en el Shulján Aruj), que se encuentra en muchos hogares judíos y se acepta universalmente para decidir las normas.
Todos podemos ser kedoshim, pero, al cumplir con las mitzvot, debemos esmerarnos en aquellas que generalmente descuidamos. Las que parecen fáciles y sobreentendidas. La mayoría de las cuales están referidas a nuestra relación con el prójimo. Parece que en definitiva son las más difíciles. A veces necesitamos de otro para que nos enseñe nuestros errores, y reaprendamos relacionarse con las personas sin dañarlas.
Esa es otra forma de santificación.
También los hombres podemos oír el mensaje del Jafetz Jaim, a partir de este fin de semana Kedoshim Tihiyu.