Jukat comienza con la mitzvá de Pará Adumá, la “novilla roja”, que se sacrificaría y quemaría Pará producir cenizas que se usarían Pará purificar personas y objetos que habían estado en contacto con un cadáver humano.
Siguiendo al rav Oded Mittelman cito al Midrash, en un famoso pasaje (Bemidbar Rabá 19: 5), que enumera la ley de Pará Adumá entre las cuatro mitzvot que el yetzer hará, nuestra inclinación pecaminosa, impugna, avanzando contra las objeciones racionales hacia ellas. La ley de Pará Adumá es inusual en el sentido de que las cenizas se usan para traer pureza a aquellos que se habían vuelto impuros, pero el Cohen que rocía las cenizas sobre el individuo impuro se vuelve impuro: “Les será estatuto perpetuo; también el que rociare el agua de la purificación lavará sus vestidos; y el que tocare el agua de la purificación será inmundo hasta la noche” (Bemidbar 19:21).
Nuestro sentido instintivo de la razón, cuestiona la noción de una sustancia que aporta pureza a lo impuro, pero que a la pureza aporta impureza. Otra de estas cuatro mitzvot es la prohibición del “eshet aj” – casarse o convivir con la esposa de su hermano, incluso después de su muerte. Mientras que tal unión está generalmente prohibida, se convierte en una mitzvá en el caso de Yibum-Levirato, donde el hermano casado muere sin hijos.
El yetzer hará nos lleva a cuestionar cómo una relación puede estar estrictamente prohibida en algunas circunstancias, pero obligatoria en otras.
En tercer lugar, la Torá prohíbe usar shaatnez, una combinación de lana y lino, pero esto se convierte en una mitzvá en el contexto de tzitzit, donde las fimas de lana pueden usarse como tzitzit en una prenda de lino. Finalmente, el seir hamishtaleaj – la cabra expiatoria enviada al desierto y eliminada en Yom Kipur – traía la expiación a toda la nación, pero impureza a la persona que la condujo al desierto (“El que hubiere llevado el macho cabrío a Azazel, lavará sus vestidos, lavará también con agua su cuerpo, y después entrará en el campamento” Vayikra 16:26). Esta mitzvá, también, es inherentemente paradójica y, por lo tanto, se ve desafiada por nuestro sentido innato de la lógica.
¿Cuál es exactamente la objeción lógica a estas mitzvot de las cuales Jaza”l nos advierte en este pasaje?
Podríamos haber asumido intuitivamente que para que un acto sea considerado una mitzvá, una acción religiosamente significativa a través de la cual servimos a nuestro Creador, debe ser perfecta y prístina.
Intuitivamente, tendemos a definir “bueno” y “malo” en términos absolutos, y tenemos problemas para concebir que algo sea potencialmente noble y potencialmente ofensivo. Una acción que en ciertas circunstancias es pecaminosa, podríamos pensar naturalmente, no puede ser un acto religioso sagrado en otras circunstancias. Después de todo, asumiríamos instintivamente que un acto religioso sagrado no puede asociarse de ninguna manera con el pecado, y debe estar completamente separado de cualquier tipo de impropiedad para tener validez y significado espiritual. Esta es una forma muy peligrosa del yetzer hará, ya que puede resultar en que nos excusemos de las mitzvot con la afirmación de que somos incapaces de realizarlas a la perfección. De manera más general, podríamos ser obligados a excusarnos totalmente de la obligación de la mitzvá, pensando que no podemos alcanzar el estándar de pureza requerido. Si asumimos que las mitzvot requieren un estado de perfección prístina, entonces es probable que nos desesperemos por la observancia, incapaces de alcanzar, y mucho menos mantener, esas condiciones de perfección.
Aquí, jaza”l nos enseña a reconocer y apreciar la complejidad de la vida religiosa, que las mitzvot no se realizan en un vacío de perfección, sino en el contexto complicado y desordenado del mundo real. Una acción que constituye un pecado en ciertas circunstancias puede ser un acto de mitzvá virtuoso en otras, porque las mitzvot no están destinadas a ser observadas en condiciones prístinas y perfectas. La Torá nos fue dada a seres humanos defectuosos y problemáticos para observar en este mundo defectuoso y problemático, por lo que sus leyes deben observarse en condiciones menos que ideales. De hecho, muy a menudo, estamos obligados a realizar un acto que sea la mejor opción bajo las circunstancias, incluso si no es inherentemente perfecto, y en otras circunstancias se consideraría pecaminoso. Debemos resistir el “yetzer hará” del absolutismo, la tendencia natural a pensar del bien y el mal en términos de blanco y negro, y reconocer que servimos a Dios en las condiciones complejas e imperfectas en las que Él nos ha colocado.