Al final del libro, Amós repite y enfatiza que las relaciones entre Israel y su Padre Celestial siguen vigentes, a pesar de las reprimendas pronunciadas a lo largo del libro.
El profeta repite y destaca la tensión reinante entre el castigo y la promesa de que Dios permanecerá fiel a Israel. Por un lado, “A espada morirán todos los pecadores de Mi pueblo” (versículo 10), pero por otra parte, Dios habrá de reconstruir las ruinas de la Sucá, cerrará sus quiebras y la volverá a construir como en los días de la antigüedad (capítulo 11). La parábola de la Sucá caída es sumamente interesante. Por lo general, no se acostumbra a reconstruir una Sucá caída sino que se la destruye y se construye otra en su lugar. En un edificio en ruinas se invierte esfuerzo y se lo refacciona, pero a una Sucá que se desmorona se la deja caer, y a partir de sus materiales se construye otra. Israel fue comparado a una Sucá cuya existencia está supeditada al espíritu y a otros factores ambientales y no es independiente como un edificio que se erige estable y fuerte, debido a que la existencia de Israel depende de su relación con Dios y no es independiente. Por consiguiente, el profeta hace hincapié en que a pesar de las dimensiones de la Sucá en la existencia judía, será reconstruida y no será sustituida por otra.
El versículo siguiente lo reitera y enfatiza:
“Para que ellos que son llamados de Mi Nombre, posean el residuo de Edom, y todas las naciones, dice el Señor que hace esto” (Versículo 12).
Según los comentaristas, la expresión “que son llamados de Mi Nombre” se refiere a Israel, y el versículo anuncia que aquellos que son llamados en Mi nombre, habrán de heredar Edom. En otras palabras, los israelitas son una Sucá en la cual Dios pone Su nombre en ella, y por ende, no le permitirá desmoronarse, mientras que las viviendas de los no judíos, no relacionados con el Santo Bendito Sea, serán destruidas en el caso que se alejen de la justicia y la ética. E incluso, se podría proponer que la frase “que son llamados de Mi Nombre”, hace referencia a Edom, pero de un modo condicionado, es decir, mientras sigan en la senda de Dios, son llamados por Su nombre, pero en el momento que se desvíen del camino, Dios ya no los protegerá, ya que el hecho que sean llamados en Su nombre, está supeditado a sus acciones, mientras que el pacto entre Él y los hijos de Israel es un pacto eterno.
Los versículos del final del libro nos presentan un cuadro color de rosa y optimista de los “días venideros” que le esperan a Israel: días de abundancia y bienestar acompañados por la congregación de las diásporas y la toma en posesión de la tierra, junto a una promesa de que no volverán a ser expulsados de la Tierra de Israel sino que permanecerán en ella por siempre.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj
Cortesía sitio VBM de la Academia Rabínica “Har Etzion”