EL HOMBRE fue creado en el sexto día. Era diferente de todo lo que había sido creado antes que él sobre la tierra. Sólo en su caso reveló expresamente la Torá, previa su creación, la intención de crearlo. Radak comenta esto de la manera siguiente:
El hombre fue creado en último lugar para destacar su superioridad y su dignidad: para enseñarnos que todas las criaturas terrestres fueron creadas para servirle, y que lo designaron amo supremo.
El hombre conforma la finalidad de la creación y está investido de una dignidad particular. Esto lo proclaman solemnemente estos versículos:
Y creó Dios al hombre a Su imagen.
A imagen de Dios lo creó;
varón y hembra, los creó. 1, 27
El estilo y la cadencia son líricos y majestuosos. El versículo repite tres veces la cualidad que distingue al hombre de toda otra criatura: su creación “a imagen de Dios”. Esto es fuente de conclusiones graves e importantes; es el origen de la dignidad, de la grandeza y de la responsabilidad del hombre.
Entre los comentarios modernos que ha suscitado la expresión tzelem Elokim (Imagen de Dios), citaremos la del profesor Gutman, en su obra Dat Umadá (Religión y Ciencia), pág. 265:
El término tzelem implica la relación personal que puede existir sólo entre individualidades distintas. De tal modo es emplazada la personalidad del hombre frente a la personalidad de Dios. Conocemos concepciones religiosas (no judías) cuyo ideal religioso es anular la personalidad, que es vista por dichas concepciones como una barrera entre el hombre y los objetos… pero, la religión cuya base es la ética no admite esto. El hombre puede estar en relación con Dios sólo en la medida en que conserva su personalidad. El hombre es un mundo aparte y no debe diluirse en la naturaleza.
Esta es la fuente del valor absoluto del hombre, de todo hombre, pues cada hombre es creado a la imagen de Dios. Leemos en la Mishná tratado Sanhedrín IV,5:
Esa es la razón que el hombre fue creado en forma unipersonal para enseñarnos que quien destruye a una sola persona, la Torá lo considera como si destruyese un mundo entero. Y que aquél que salva una sola persona, la Torá lo considera salvador de todo un mundo.
El carácter único, individual, del hombre, de todo hombre, considerado cada uno como un mundo aparte, un mundo completo; su aparición sin precedentes en el curso del tiempo, es resaltada nuevamente en esa Mishná, que continúa:
Y para enseñarnos la grandeza del Señor.
En efecto, cuando el hombre funde muchas piezas con un sólo molde, todas se asemejan; Dios, en cambio, ha modelado al hombre a la efigie del primer hombre, empero, ninguno se parece a su prójimo.
Desde su aparición en el mundo, ese hombre, creado a la imagen de Dios, fue objeto de una bendición y le fue confiada una misión. No fue la primera criatura bendecida por Dios. Los peces lo habían precedido con una bendición parecida. Mas el exámen atento del texto nos revela la gran diferencia. Comparemos la bendición recibida por los peces (versículo 22):
Y los bendijo Dios, diciendo (=lemor):
“sed fecundos y multiplicaos”
con la bendición recibida por el hombre (versículo 28):
Y los bendijo y les dijo Dios:
“Sed fecundos y multiplicaos”.
Dios no se dirige de una manera personal a los peces. La bendición consistió en la facultad de reproducirse que les fue otorgada. En cambio, al hombre Dios le habla. No sólo le confiere la facultad de reproducirse sino que también le confiere la conciencia de tal facultad. Resulta entonces, que lo que es para lo demás seres nada más que un hecho, es para el hombre un hecho conciente.
Una idea parecida encontramos en la Mishná, tratado Avot III, 14.
El hombre es apreciado por haber sido creado a imagen (de Dios). Un cariño desmesurado le hizo conocer al hombre creándolo a Su imagen.
Al hombre creado a la imagen de Dios le fue impuesta una misión frente al mundo y frente a las demás criaturas, de las que se diferencia esencialmente:
Y los bendijo y les dijo Dios: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra y sometedla; y tened dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, y sobre todo animal que se mueve sobre la tierra”. 1, 28
La expresión “sometedla” puede sorprender. Someter, conquistar, son términos guerreros y su uso parece contradecir el propósito de la creación en un principio, de una sola pareja, en lugar de numerosas parejas, a fin de evitar la guerra entre ellas. En Tosefta Sanhedrín VII leemos:
El hombre fue creado en el principio, en forma unipersonal para evitar las luchas entre las diferentes familias de la tierra. Ahora, que el hombre fue creado en forma unipersonal a pesar de ello luchan los hombres entre sí, ¿Cuánto más lucharían si en el principio habrían sido creados dos hombres?
Más aún. Para acentuar la oposición a toda teoría tendiente a dividir a la humanidad en “razas” y destruir de este modo la fraternidad del género humano, afirman los Sabios en la Mishná, Sanhedrín IV, 5:
Por tal motivo fue creado un sólo hombre… Para asegurar la paz y evitar que uno diga a su prójimo: “Mi padre es más importante que el tuyo”.
¿Cuál puede ser entonces, en tales condiciones, el significado de la orden de “conquistar”? Siendo el primer hombre, único sobre la tierra, ¿de manos de quien habría de conquistarla? Rambán explica esto acertadamente:
Dios confirió al hombre el dominio sobre la tierra, para hacer su voluntad con los animales y con todos los reptiles, para construir, para arrancar lo plantado, para explotar las canteras etc.
La conquista en cuestión no es la conquista de lo perteneciente al prójimo; no es destructora, exterminadora, sino que es actividad constructora y perfeccionadora del mundo; es el sometimiento de las fuerzas de la naturaleza; la domesticación de los animales, el cultivo de los vegetales, y el aprovechamiento de los tesoros naturales.
En efecto, Dios no creó la tierra para que esté desierta; la creó para que fuera habitada. “Porque así dice Dios, Creador de los cielos, El es Dios, el que formó la tierra y la hizo; el cual la estableció; no para ser desierta la creó sino que para ser habitada…” (Yeshaya 45, 18). El derecho de enseñorearse sobre toda la creación y de disponer de los demás seres creados le fue concedido por Dios quien lo creó todo: “Y tened dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre todo animal que se mueve sobre la tierra”.
Las criaturas son mencionadas en el mismo orden que fueron creadas. En un principio, los peces y las aves, que fueron creados en el quinto día; enseguida, las bestias y los reptiles, que fueron creados en el sexto; todos fueron colocados bajo la égida del hombre, considerado la finalidad de la creación. Gutman, cuya obra volvemos a citar, ve en este versículo la definición de la posición del hombre en el mundo:
La actitud religiosa del hombre no lo subordina al mundo. Las fuerzas de la naturaleza no son fuerzas divinas que están por encima de él. El está, en cierto modo al lado de Dios, frente a la naturaleza.
Fue así que cuando el divino poeta por excelencia se encontró frente al cielo y frente a su inmensidad, acompañó su sentimiento de pequeñez con la conciencia de su dignidad de señor de la creación. Elevó sus miradas sobre el primer hombre que bendijo; esta misma bendición es la que encontramos sobre sus labios, cuando, dirigiéndose a El, (tal como Dios se había dirigido al hombre) exclamó:
Cuando contemplo Tus cielos, obra de Tus dedos, la luna y las estrellas que Tu estableciste, ¿qué viene a ser el mísero hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que le visites?
Sin embargo, le hiciste un poco menor que los ángeles; le coronas también de gloria y hermosura,
le hace señorear de las obras de Tus manos:
todas las cosas has puesto debajo de sus pies:
ganado menor y mayor, de ello, y asimismo las bestias del campo,
las aves del cielo, y los peces del mar, (y) cuanto pasa por las sendas de los mares. Tehilim 8, 4-9
Tomado de: “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibovitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986 págs. 9-13.