“Cuando sus hermanos llegaron aver que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, empezaron a odiarlo, y no podían hablarle pacíficamente” (Bereshit, 37:4).
La palabra crea, revela y redime, es expresión de conjuros y símbolo, lenitivo que calma y construye realidades, vehículo y herramienta del pensamiento, hacedora de sentimientos.
Las frases son el puente estrecho sobre el ancho abismo entre los seres humanos, y la inconmensurable distancia entre ellos y Di-os.
Por más que sea atormentado hablar del dolor, es más peligroso no hacerlo. Yosef y sus hermanos podrían haberse reconciliado en su momento, y haberse salvado del sufrimiento. Pero, no tuvieron la capacidad de hablarse. Tampoco de confesar su dolor. El lenguaje libera de la soledad y repara las relaciones dañadas, pero cuando no existe, no se puede resolver ningún drama, y menos la rivalidad entre hermanos que siempre conduce al mismo desierto donde una tragedia solamente es superada por la siguiente.
¿Qué nos dice el versículo?
Que no tenían palabras amables que no podían hablar sin pelearse. Se aborrecían tanto que no podían superar el silencio. No pudieron expresarle a Yosef sus celos ni sus angustias. Se quedaron en el chisme y el cotilleo. Rambán escribió que
“los que odian tienden a ocultar su odio en su corazón”.
La falta de expresión de los sentimientos es el preludio de la venganza más violenta. El Talmud (Berajot 26a) aprende del versículo
“Ytzjak estaba afuera a fin de meditar (en el texto hebreo leemos “lasuaj”–conversar, platicar) en el campo como al caer la tarde” (Bereshit 24, 63),
que einsijáelatefilá, que podríamos traducir como, “la conversación es una forma de oración”, porque abrimos nuestro corazón a otra persona, nos prepara para el acto de abrirnos a lo Divino. Que la plegaria es una conversación con Di-os.
El salmista (102:1), lo reafirma diciendo “Una oración del afligido en caso de que se ponga endeble y derrame su preocupación delante del Señor mismo. Eterno, oye mi oración; y llegue a ti mi propio clamor por ayuda”.
El judaísmo tiene un Dios que no se ve, que sólo puede ser escuchado. El Dios que creó el universo con su palabra.
Nuestros sabios fueron más que elocuentes al hablar sobre los peligros de la calumnia, la denigración, la difamación, el libelo y el vilipendio. El lashón hará es una falta imperdonable. La palabra, cuando se utiliza mal, tiene la posibilidad de fracturar las relaciones y destruir la confianza y la buena voluntad.
Pero, en ciertas circunstancias, callar causa los mismos problemas que hablar mal. Incluso más.
Eso es lo que nos enseña el versículo que anuncia la tragedia por la que iba a atravesar la familia de Yaakov que bien pudo haberse evitado si hubieran intentado dialogar a tiempo.