Yeshaiahu repite la profecía de los días postreros de Mijá, pero con una conclusión diferente-“¡Oh casa de Iaacov, vengan y vayamos, pues, a la luz del Señor!” (versículo 5)-los pueblos no vendrán a nuestro encuentro ni habrá paz universal, si no iremos en nombre de Dios. En lugar de ir en nombre de Dios, el pueblo practica la idolatría y se coloca a sí mismo y a su orgullo en el centro y por consiguiente, en lugar de los días postreros, puede llegar a producirse la destrucción.
El libro Yeshaiau comienza con una imagen de desenlace-las sombrías consecuencias de la rebelión de Jizkiahu contra Sanjerib cuando Ierushalaim quedó como enramada en una viña (capítulo 1, versículo 8). Y de aquí en más, a lo largo de toda la primera parte del libro Yeshaiahu, se irá explicando y esclareciendo toda la imagen, de cómo llegamos a esta tragedia-el deterioro espiritual y moral que derivó en los acontecimientos.
El primero de los capítulos que analizan la caída, se inicia precisamente con una ilustración optimista, de los días postreros, de paz y calma y estudio de la Torá.
Mijá, el contemporáneo adulto de Yeshaiahu, profetiza un capítulo prácticamente igual (Mijá, capítulo 4, versículos 1-4): “Y sucederá en los postreros días que el monte de la casa del Señor será establecido como cabeza de los montes, y será ensalzado sobre los collados, y afluirán a él los pueblos. Y caminarán muchas naciones, y dirán: "¡Vengan, y subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Iaacov, y Él nos enseñará Sus caminos, y nosotros andaremos en Sus senderos, porque de Tzión saldrá la ley, y de Ierushalaim la palabra del Señor. Y juzgará entre muchos pueblos, y reprenderá a fuertes naciones, hasta en tierras lejanas; y romperán sus espadas para (forjar) rejas de arado, y sus lanzas para (hacer) podaderas; no levantará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra. Y habitará cada cual debajo de su parra, y debajo de su higuera; y no habrá quien (los) espante: porque la boca del Señor de los ejércitos lo ha dicho”
Y sólo el final es diferente:” Porque todos los pueblos andan cada cual en el nombre de su dios; y nosotros andaremos en el nombre del Señor, el Dios nuestro, para siempre y eternamente! (Mijá, capítulo 4, versículo 5).
Podemos contemplar que se trata de un fragmento idéntico, cuya conclusión difiere según el vocero y el contexto que le atribuye a los hechos. Yeshaiahu no concluye con el versículo utilizado por Mijá para cerrar, pero definitivamente alude a él, y utiliza las mismas palabras orientadoras:
“¡Oh casa de Iaacov, vengan y vayamos, pues, a la luz del Señor!” (versículo 5).
Las palabras “vengan” y también “vayamos” figuran en el fragmento compartido por las dos profecías-“y caminarán muchas naciones y dirán vengan y subamos...y Él nos enseñará sus caminos. Y así también en el versículo final de Mijá-“Porque todos los pueblos andan...y nosotros andaremos”. De este modo, Yeshaiahu invierte la ecuación, y la profecía buena y consoladora se refleja como una profecía que siembra ilusión. Ya que no vendrá por sí misma. Los pueblos no vendrán a nosotros ni habrá paz mundial, si no iremos nosotros en nombre de Dios. ¿Pero cómo iremos en nombre de Dios, si la obra de nuestras manos es nuestro dios, y así, nos colocamos a nosotros mismos y a nuestro orgullo en el centro del mundo?
Y la imagen tranquilizadora y prometedora, se transforma, en un instante, en una estampida y una carrera de ratas para esconderse en cuevas y grutas. Cuando nosotros, que adoramos topos y murciélagos, nos convertimos en refugiados de escondites y trincheras, y nuestras palas se vuelven contra nosotros, como espadas y armas de guerra.
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