La prohibición de comer sangre

La prohibición de comer sangre

Esta escrito en nuestra sidrá:

Ni tampoco comeréis sangre en todas vuestras moradas, sea de aves o de reses.  7, 26

En Devarim se repite esta prohibición:

Solamente que te guardes escrupulosamente de comer la sangre; porque la sangre es la vida juntamente con !a carne. 12, 23

En Vayikrá se menciona este precepto en otras dos oportu­nidades, en el capítulo 3, versículo 17 y en el cap. 17, versículo 14.

Según el Séfer Hajinuj, esta prohibición rige:

“ . . . en todo lugar, en todos los tiempos, para los hombres y para las mujeres. y quien la transgrede y come de propósito una can­tidad equivalente al volumen de un olivo, se hace pasible de la pena de exterminio."

La repetición de este precepto en la Torá y la insistencia en acentuar su gravedad nos invitan a que busquemos las razones profundas de esta prescripción. Pero, no incurramos en error al suponer que mediante la explicación de sus motivos aumentará el número de los que cumplen esta mitzvá Por el contrario, esta mitzvá, cuyo significado permanece oscuro hasta el día de hoy, es cumplida por muchos, que aunque obligados por el juramento ante el Sinay a cumplir con toda la Torá, hacen caso omiso de un buen número de preceptos, cuyas razones son claras, com­prensibles y evidentes, y para las que ninguna investigación es necesaria para justificarlas. No condicionemos por lo tanto, el cumplimiento de las mitzvot, a la comprensión de su significado. Debemos señalar además, que las opiniones que discutiremos en esta lección, no obstante haber sido formuladas por Sabios y comentaristas de autoridad, no pasan de ser conjeturas. El que las adoptemos o las rechacemos, no debe servirnos de base para extraer conclusiones con respecto al cumplimiento de la mitzvá, que rige en todos los tiempos y en todo lugar.

 Comenzaremos con la explicación que Maimónides dió de esta prohibición en la Guía de los Descarriados III, 46:

Has de saber que los sabeos (pueblo idólatra de la antigüedad) consideraban la sangre como cosa muy impura. Sin embargo, la comían porque creían que era el alimento de los demonios,  y que si alguno la comía, fraternizaba así con los espíritus malignos que se le acercaban y le hacían conocer las cosas futuras, como lo imagina el vulgo respecto de los demonios.

Había ,sin embargo, gente a quienes parecía duro comer sangre, pues es cosa que repugna a la naturaleza humana. Estos, después de haber degollado a un animal, recogían la sangre en un vaso, o en un pozo, y comían la carne del animal cerca de la sangre. Obraban así porque imaginaban que los demonios comían esa sangre, que era su alimento, mientras ellos comían la carne. Pensaban que de esa manera podía obtenerse la fraternización y la amistad, pues comían todos en la misma mesa y en la misma reunión. Según su modo de pensar, los demonios se les aparecerían en sus sueños y les harían conocer las cosas futuras y les serían útiles.

Todas estas opiniones gozaban de autoridad en esos tiempos; se las aceptaba y eran ampliamente conocidas; ninguno, de entre el vulgo, dudaba de su veracidad.

La Torá –ley perfecta- se propuso hacer cesar entre los que la conocen, estas enfermedades arraigadas, y prohibió comer sangre. La Torá insistió sobre esta prohibición, del mismo modo y con los mismos términos con que insistió sobre la idolatría. Está escrito: “Yo Me volveré (pondré mi cólera) contra el que come la sangre” como dijo de quienes dan de su simiente a Moloj: “Yo mismo pondré mi rostro contra aquel hombre”. Tales expresiones no fueron empleadas en ninguna otra prohibición salvo la de comer sangre y de la idolatría. La Torá, por el contrario, declaró pura la sangre y ordeno rociar con ella para purificar. “Y lo rociarás sobre Aharón y sus vestiduras.....así serán santificados...”. Y ordenó también que fuera rociado sobre el altar e hizo consistir la ceremonia en rociarla y no juntarla. “Y Yo os la he mandado (la sangre) poner sobre el altar para expiar vuestras almas” (Vayikrá 17, 11).

Este modo de explicar las razones de una prescripción es característica de la actitud del Rambam en esta materia. Veamos como comenta el versículo de Vayikrá, relacionado aparentemente con nuestro tema:

No comáis nada con sangre.                              19,26

Dice Maimónides:

Y ordenó derramar la sangre de todo animal que se degollara, sin que fuese un sacrificio: “Sobre la tierra la derramarás como agua”, (Devarim 12, 26 y 15, 23). Luego prohibió que se reunieran en torno a la sangre y que comieran allí; como está dicho: “No comáis nada con sangre”; pero como persistieron en su rebeldía y siguieron dejándose arrastrar tras la costumbre en la cual se habían criado, de fraternizar con los demonios al comer la sangre, les prohibió Dios absolutamente el comer en el desierto carne de deseo.

Maimónides persiste de tal modo en su modo de interpretación, que ve la razón de los preceptos en la lucha contra la idolatría, como lo expresa en la misma obra, III, 27:

Toda nuestra Torá se basa en un gran principio, sobre cuyo eje gira: El borrar de los corazones esas ideas (idólatras).

La naturaleza de esta explicación, que condiciona los mandamientos divinos a motivos de orden temporal y transitorio, provoca grandes críticas. Las prácticas idolátricas con las que fueron relacionados los mandamientos de la Torá, eran corrientes, en efecto, sólo en ciertas circunstancias y en un época determinada. ¿Como entonces, conciliar el carácter eterno de la prescripción – que hemos visto en el principio de nuestro estudio que, como la mayor parte de nuestros mandamientos, es universalmente obligatoria – con la transitoriedad de las prácticas idolátricas que se propuso abolir?

Rambán, aun cuando no dirige su crítica contra este punto, propone una explicación diferente en su comentario a Vayikrá 17,11:

De este versículo puede extraerse la conclusión que la prohibición de la sangre proviene del hecho que fue destinada a servirnos de expiación sobre el altar. Y si arguyéramos, que tal es el motivo, y preguntáramos, ¿por qué entonces fue prohibida la sangre de las bestias y de las aves que no se ofrendan en sacrificio?, responderíamos, que el Eterno quiso prevenir ciertos errores, prohibiéndonos toda especie de sangre... El Maestro (Maimónides) escribió en la Guía que los caldeos repugnaban la sangre y la consideraban impura; los griegos, por el contrario, la comían para fraternizar con los demonios y conocer el porvenir por su intermedio. Por tal motivo, la Torá habría prohibido comer sangre, deseosa de extirpar estas supersticiones y la habría elegido para las rociaduras purificadoras y la habría destinado a ser derramada para expiación sobre el altar. Maimónides cita en apoyo de su opinión el versículo: “Yo me volveré contra el que come sangre”, con los términos con que fueron enunciados los versículos contra los que ofrendaban sus hijos al Moloj, y señala que es esta una expresión que fue empleada sólo en estas dos prohibiciones.

Esta interpretación, aunque lógica, no está de acuerdo con el texto, que explica la prohibición así: “Porque la vida de toda carne es su sangre con el alma que está en ella” (Vayikrá 17,11), idea que se repite en Devarim 12, 23: “... solamente que te guardes escrupulosamente de comer la sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con la sangre.”

A continuación propondré una explicación que me parece adecuada. El Señor creó los seres que viven sobre la tierra en beneficio del hombre, pues sólo él de entre los seres creados conoce a su Creador, a pesar de lo cual no le fue permitido en un principio comer más que vegetales, pero no seres animados, tal como leemos: “He aquí qué os he dado toda hierba que da simiente que está sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol que tiene en sí fruto que da simiente os será para alimento” (Bereshit 1,29). Pero entonces, en la época del Diluvio, cuando los animales fueron salvados en mérito a Noaj y luego que éste ofreció algunos de ellos en sacrificio, acordó Dios con Noaj y permitió la Shejita (el degollamiento ritual) tal como leemos: “Todo lo que se mueve y vive, os servirá de alimento; así como las verdes plantas, os lo di todo”, pues debían su existencia al hombre y su alma habría de servir de expiación al hombre, no para comerla, pues el poseedor de alma no debe consumir otra alma, pues todas pertenecen al Señor, tanto la del hombre como la de la bestia, y todas comparten el mismo destino y la misma muerte las espera... y por tal motivo sabe el alma de la bestia evitar lo que le es nocivo, perseguir lo que le conviene, reconocer y amar a quienes le son familiares, como lo prueba el cariño de los perros por sus amos.

Para comprender mejor el texto de Rambán, citemos aquí una observación de R. David Hoffmann en su comentario a Vayikrá, pag. 328:

La sangre no es la sustancia que constituye la vida; es sólo la portadora del soplo de vida al que está íntimamente ligada, consti­tuyendo ambos el alma de lo que vive. La sangre es el instrumento mediante el cual el alma hace tangible sus actividades.

El Rabino Kuk percibió entre las líneas de la Torá una velada reprobación, de la consumición de la carne, que fue permitida al hombre sólo como una concesión a su debilidad, que no logró todavía sobreponerse a sus instintos asesinos y al que se debe habituar, poco a poco, a extender su piedad a sus semejantes y en una etapa posterior, a todos los seres vivientes. Harav Kuk escribió:

El sentimiento de vergüenza es el comienzo del arrepentimiento "¡A fin que te acuerdes y te avergüences ... cuando Yo te haya perdonado!" ¡Cubre la sangre! ¡Aparta tu vergüenza! Estos gestos darán frutos, con el tiempo, y la educación de las generaciones se llevará a cabo. La protesta muda se transformará algún día, des­pués que generaciones hayan consumido carne cuidando las regla­mentaciones concernientes al degollamiento, al examen de la bestia, al salar ... en un llamado irresistible que será finalmente com­prendido. Las prescripciones concernientes al degollamiento ritual, parte de las cuales tienen por objeto aminorar el sufrimiento de la bestia, nos hace conscientes que nos estamos ocupando con un ser viviente, no con un autómata inanimado y abandonado.

Estas palabras de Rav Kuk nos ayudan a comprender mejor lo expresado por Rambán, que no concibe la interdicción de la sangre como una medida de higiene ni un modo de protestar contra las prácticas idolátricas, sino como un medio de educación, destinado a enseñar el respeto a los derechos de todo ser vi­viente:

... pues el poseedor de alma no debe consumir otra alma, pues todas pertenecen al Señor, ¡tanto la del hombre como la de la bestia!

Tener conciencia de ésto no depende de la época ni de las creencias en curso de una época determinada ni de la civiliza­ción, de los pueblos antiguos. Esta es la razón por la cual la prescripción destinada a reforzar esta conciencia rige, ". . . en todo lugar, en todos los tiempos, para los hombres y para las mujeres", de generación en generación.

 

 Tomado de:  “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibowitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la  Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986  págs.  pag. 135-139

  

 

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