A lo largo de todo el libro, Yeshaiahu enfatiza la ventaja del gobierno de Dios por sobre el gobierno del hombre. Ravshaké viene y presenta en su discurso un argumento opuesto-él sostiene que el poder está en manos de Ashur (Asiria) y que Dios no habrá de ayudar. La rasgadura de las vestimentas por parte de quienes escuchan el discurso no surgió a partir del miedo como consecuencia de lo expresado en el discurso, sino que surge como reacción a los insultos pronunciados por Ravshaké contra Dios.
Yeshaiahu es un artista de las palabras. A lo largo de todo el libro vemos un maravilloso espectáculo del uso de la palabra. Ya que la única herramienta del profeta es la palabra. Su única vía para intentar modificar la realidad, es el discurso.
Por ende, nuestro capítulo, al que ya conocemos del libro Melajim, que está colocado en el medio del libro Yeshaiahu, transforma al libro en un campo de batalla concreto. En el libro de los discursos, libro que es exclusivo de Yeshaiahu, hay otro discurso, se nos da una propaganda contraria.
También Ravshaké conoce el poder de la palabra, y sabe jugar con las palabras y a través de ellas, con sus oyentes. Una lectura del discurso de Ravshaké revelará el modo utilizado por el que pronuncia las palabras, a fin de potenciar el efecto sobre los oyentes.
Una Halajá (ley religiosa judía) que el Talmud aprende de nuestro capítulo, ta vez, nos expondrá a la carta ganadora. Es la palabra, que cuando es pronunciada en el lugar correcto, al público oyente adecuado, quiebra a los oyentes, define la contienda.
La Halajá a la cual hace referencia el Talmud, es la determinación de la Mishná del procedimiento judicial en relación a la persona que insultó a Dios, utilizando Su nombre explícito. A fin de dictar la sentencia del insultante, los jueces deben escuchar expresamente el insulto de boca de los testigos. Así se desarrolla:
Sacan del tribunal a todas las personas que no están obligadas a estar allí, para que la maldición no sea oída públicamente, y los jueces interrogan al mayor de los testigos, y le dicen: di lo que escuchaste explícitamente, y él expresa exactamente lo que oyó. Y los jueces se ponen de pie y rasgan sus vestimentas, en señal de duelo, y no vuelven a coserlas” (Sanhedrín 56a).
Los testigos pronuncian el insulto y los jueces rasgan sus vestimentas.
Pregunta el Talmud: ¿De dónde aprendemos que aquel que escucha un insulto debe rasgar sus vestimentas?
Ya que está escrito: “Entonces Eliakim, hijo de Jilkiá, mayordomo de palacio, y Shevná, el cronista...volvieron a Jizkiahu, rasgados sus vestidos, y le refirieron las palabras del jefe de los coperos” (Sanhedrín 60a).
Al finalizar el discurso de Ravshaké llegaron los príncipes con sus vestimentas rasgadas al encuentro de Jizkiahu. El lector está persuadido de que la rasgadura de las vestimentas refleja el terror a raíz de la realidad reflejada en el discurso, pero el Talmud presenta otra lectura. La rasgadura de las vestimentas, es la reacción a los insultos pronunciados por Ravshaké en contra de Dios.
Dicha lectura contempla al discurso como lo sustancial. El discurso plantea el poder humano vs. el dominio de Dios. Yeshaiahu, a lo largo de todo el libro exige manifiestamente un gobierno de Dios y no uno del hombre. Mientras que Ravshaké, en un discurso calculado, llega e insulta a Dios y les dice a todos que el poder está en manos de Ashur y que Dios no habrá de ayudar. Y los que escuchan sus palabras, rasgan sus vestimentas.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj
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