Sólo a partir de contemplar las grandes desgracias que suceden a nuestro alrededor y que acontecieron a lo largo de la historia, se puede prestar atención a la protección, la Providencia de Dios sobre nosotros y agradecerle por ello.
El profeta Yeshaiá profetiza que el reino de Israel será destruido y caerá bajo dominio del rey de Ashur (Asiria), quien habrá de propinarle un duro castigo. No obstante, justamente en el reino de Iehudá surgirá el salvador de la simiente de David que promoverá la mejora y perfeccionamiento del mundo y evitará los conflictos bélicos.
Justamente, a partir de la contemplación de los problemas que llegan al mundo, surge la luz de la salvación de manera más significativa e importante. El agradecimiento a Dios no siempre surge solamente a partir de la adición de una bendición, sino, ocasionalmente, también en el caso de una salvación de los problemas, puede ocasionar que la persona le agradezca a Dios.
Este es el significado del versículo desconcertante que abre nuestro capítulo “Yo Te alabo, oh Señor, pues aunque Te airaste contra mí, ya se ha pasado Tu ira, y me das consolación” (versículo 1). ¿Cómo es posible agradecerle a Dios por el hecho de que Él está enojado con nosotros y nos proyecta Su ira?
Parece ser que la intención del profeta es decir que, a pesar de que nosotros veamos que Dios utiliza su virtud de justicia en el mundo, la combina también con la virtud de la misericordia, y de todos modos, impide la destrucción de todo. Se le debe agradecer a Dios, a pesar de que proyecta Su ira sobre nosotros, ya que a pesar de todo esto, nos dejó un remanente refugiado.
Es aquí donde se debe intentar hallar la salvación de la profundidad de los manantiales, las fuentes de la salvación, aún, si la misma es imperceptible a nuestros ojos.