El capítulo referente a "Pará Adumá" ("la vaca roja") con lo cual comienza nuestra parashá, es uno de los asuntos más enigmáticos de la Torá. Nuestros Sabios ya lo afirmaron repetidas veces - en el Midrash - que esto pertenece a los temas que ni la sabiduría del Sabio de los Sabios, logró comprender.
Veamos el "Yalkut Shimoní" párr. 759:
"Este es el estatuto de la ley". Rabí Yitzjak prologó: "Todo ésto lo he probado por medio de la sabiduría. Dije: ¡Yo seré sabio!, pero ella (la sabiduría) se alejó de mí" (Kohelet 7, 23). Con estas palabras quiso decir Shelomó: Toda la Torá he comprendido, pero cuando llego al fragmento de la "pará", lo estudio, medito, investigo e interrogo, mas dije: "Yo seré sabio, pero ella se alejó de mí".
Tampoco nosotros pretendemos llegar a la comprensión total de la cuestión. Sólo citaremos escasos fragmentos de lo mucho que los distintos sabios afirmaron. Rabí Yosef Bejor Shor, uno de los Tosafistas, trata de explicar este precepto por medio de un método absolutamente racional:
La Torá impuso con mucho rigor "tumah" (=impureza) al cadáver humano, en mayor medida que a las otras cosas impuras - convirtiéndola en la principal fuente de la impureza, capaz de transmitirla a seres humanos, utensilios y también a la morada - con el propósito de alejar a los hombres de un contacto abusivo con los cadáveres ya sea por sentimientos de cariño o dolor desmesurados, ya sea con fines de adivinación y espiritismo. Estas prescripciones (de la impureza del cadáver humano) tienen también como fin el que se respete a la criatura humana y no se haga uso de su piel o de sus huesos para convertirlos en utensilios, alfombras o alforjas, tal como se hace con la piel y los huesos de los animales; ésto sería una aberración del honor humano. Así afirmaron nuestros Sabios (Tratado Julín 122a) : "¿Por qué se impuso impureza a la piel humana? Para que el hombre no utilice para la confección de alfombras la piel de su padre y madre; el grado de impureza está en función de lo amado", (cuanto más amado, mayor grado de impureza). Lo mismo ocurre con el procedimiento de purificación, que la Torá aplicó toda la severidad y rigor al exigir la ceniza de una vaca roja, que es muy cara.
Sin embargo, nos parece todo ésto - como interpretación privada del motivo del asunto de la "pará adumá" - demasiado simple, por demás racional, inapropiado e incongruente con lo misterioso de este asunto. Tampoco explica esta teoría - con toda seguridad - los detalles curiosos del procedimiento de preparación.
Una senda distinta, la de la alegoría, eligieron otros. Citaremos aquí algunos trozos de las extensas palabras que escribió sobre nuestro asunto R. Ovadia Seforno:
"Este es el estatuto de la ley". El principal misterio es, que ella impurifica a los puros y purifica a los impuros. Pero, si lograríamos comprender el precepto en su integridad, quizás de la palabra que nos llegue en secreto, capten nuestros oídos un murmullo, ya que uno de los principales detalles es que el animal debía estar cubierto de un pelaje absolutamente rojo. Y el profeta ya arguyó que el pecado ha de compararse al color rojo, como leemos (Yeshayá 1, 18) : ". . . aunque fuesen rojos como el carmesí, como la lana quedarán emblanquecidos".
Debemos comprender que la Torá encausa nuestras obras hacia la senda media, ya que cada uno de los extremos es malo ... y no hay método más eficiente para enderezar al descarriado y para hacerle retornar a la senda del bien, que el hacerle tender hacia el otro extremo ... La madera de cedro simboliza la soberbia, y el hisopo lo contrario. Al juntarles a ellos la lana carmesí, aludimos al hecho que ambos caminos son pecaminosos. Con esa intención han aseverado nuestros Sabios que el rey Shaúl fue castigado por su indulgencia en el cuidado de su honor. De aquí que a pesar de ser este precepto decreto real y no podemos llegar a su comprensión total ... ya que posee indudablemente una causa superior, que sólo el Rey que la ha legislado conoce; tiene sin embargo esta ley alusiones al camino del retorno, que todo pecador debe seguir, que tienda hacia el otro extremo de sus obras para llegar así a la senda recta y poder purificarse. Por lo que este camino a pesar de ser bueno y purificador para el pecador, es malo e impuro para todo corazón puro.
Tomando otro método distinto, alejado de toda explicación alegórica, nos ofrece Rabí Yojanán ben Zacay una explicación que nos ha de ser muy aleccionadora. Sus palabras se repiten en Pesikta (14), Tanjuma y Bamidbar Rabá:
Preguntó un pagano a Rabán Yojanán ben Zacay: "¡Estos actos que vosotros efectuáis (con la vaca roja) parecen obra de hechicería! Traéis una vaca, la quemáis, la reducid a polvo, luego tomáis ese polvo y cuando alguno de los vuestros queda impuro salpicáis sobre él dos o tres gotas y le decís: ¡eres puro!"
Contestóle Rabí Yojanán ben Zacay: "¿Nunca ha penetrado en ti el espíritu maligno?" "No" - le respondió.
Volvió a inquirirle: - "¿Has visto algún hombre en quien haya entrado el espíritu maligno?" "Sí" - fue la respuesta.
"Pues ¿qué le hacéis?" -- siguió preguntando. Contestóle: -"Traemos raíces que fumigamos delante de él, echamos agua y el espíritu huye".
Díjole entonces Rabí Yojanán: "Escuchen tus oídos lo que tu boca dice. De la misma forma, este espíritu que es impuro ... al derramar delante de él el líquido de la purificación, huye. Cuando se retiró el pagano, le dijeron sus discípulos: - "Rabí, a él le has refutado rechazándolo con una paja (argumento frágil) mas, ¿qué nos respondes a nosotros?"
Díjoles: "Por vuestra vida, ni el cadáver impurifica, ni las aguas purifican, sólo que el Señor ha dicho: Un estatuto he estatuido, un decreto he decretado, no debéis transgredirlo".
El pagano necesitaba una explicación "racional": una especie de enfermedad que la Torá denomina "tumáh" y para la cual las cenizas son el remedio. Mas, ante sus alumnos, que estudiaban la Torá y aceptaban su autoridad, podía decir la verdad. La "tumáh" no se halla en la naturaleza, ni en el cadáver, ni en la persona que lo toca. No es una fuerza demoníaca o dañina concreta que emana de la esencia del muerto; tampoco las cenizas del animal o las aguas de la purificación son algo que por naturaleza pueden purificar, ni su materia contiene dones purificadores. Sólo el precepto divino, y sólo él es el que determina la impureza del cadáver humano y el poder purificador de las cenizas, ya que son los preceptos los que purifican al hombre.
Ojalá no nos hallemos entre aquellos que buscan motivos racionales sobre asuntos que la razón no tiene vigencia, y sí entre los discípulos de Rabán Yojanán ben Zacay que aceptan la autoridad de los "jukim" (=estatutos divinos incomprensibles) al igual que todos los otros preceptos.
Tomado de: “Reflexiones sobre la Parasha”, Prof. Nejama Leibovitz, publicado por el Departamento de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la Organización Sionista Mundial, Jerusalén, 1986 págs. 226- 228