No habrá destrucción

No habrá destrucción

A partir de su inmenso amor por su pueblo y la enorme fe en el pacto del padre que protege a su hijo, Hoshea surge y asoma con una profecía de amor que niega la posibilidad de la destrucción. Pero el veredicto ya fue sellado.

“¿Cómo te he de dar, oh Efraim? ¿Podré Yo entregarte, oh Israel? ¿Cómo te he de hacer como Admá? ¿Cómo te pondré como Tsvoím? ¡Se ha revuelto Mi corazón dentro de Mí, Mis compasiones a una se inflaman! (Capítulo 11, versículo 8). Dicha profecía de Hoshea es un momento íntimo en el que se oye la misericordia del padre por el hijo. Efraim continúa desangrándose en sus pecados, “Mi pueblo está adherido a la rebelión contra Mí” (versículo 7)-no logra elevarse a las alturas de la Teshuvá, del arrepentimiento y del retorno, aún continua deambulando sobre la tierra del pecado. Pero, en ese momento, del corazón del profeta, en nombre de Dios, estalla el gran llamamiento “¿Cómo te he de dar, oh Efraim?” (Versículo 8)-la paternidad no puede cumplir el juicio con su hijo pecador. El amor y la piedad superan al juicio. Por ello, surge la promesa desde el Supremo: “No ejecutaré el ardor de Mi ira, no volveré a destruir a Efraim” (Versículo 9)

Veo a Hoshea ante mí, el profeta atrapado en el amor a su pueblo y frustrado por el precipicio al cual ha llegado Israel. Sabe que en poco tiempo, llegará Ashur, Asiria con su gran ejército y destruirá el reino de Israel, que no volverá a recomponerse. Y tiene plena confianza de que Dios se sobrepondrá al enojo y se apiadará de Shomrón: “porque Dios soy, y no hombre, el Santo que estoy en medio de ti; y no vendré a ti en ira” (Versículo 9)

Comparen al hombre de espíritu al cual el pueblo presumía que se trataba de un loco, parado frente a Shomrón, la capital sitiada, elevando sus ojos al cielo y diciendo, esto no ocurrirá: “No vendré a la ciudad” (para destruirla). Esta profecía de esperanza de Hoshea suena como el acorde final de su profecía. Hoshea cree que el ejército asirio que sitia la ciudad no habrá de ingresar a la misma. Su enorme fe en el pacto del padre que protege a su hijo lo lleva a  negar lo que ven sus ojos. Pero el veredicto ya fue sellado, y Dios realizó una buena acción con el profeta y lo elevó de este mundo a un mundo de pleno bien antes de la ruptura de las murallas.

Editado por el equipo del sitio del Tanaj, extraído del libro “Shmoná Neviim beAvotot Ahavá”, editorial Yediot.

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