No hay consuelo

No hay consuelo

Ajiá, el Shiloní, no alienta a la madre preocupada por su hijo, ya que en las profecías solo hay verdad, aún si la misma no es agradable de ser escuchada.

Yarovam, el rey de Israel, símbolo de la maldad, cuyo nombre quedó grabado para una verguenza eterna. Solo en el “capítulo” anterior nombró a “los Cohanim de las Bamot, los Sitios Altos” , “profetas en representación”, pero a la hora de la verdad, sabe que no podrá salvarse de ellos. A pesar de que generalmente, él persigue a los profetas de Dios, en el momento de las dificultades se acuerda de la existencia de ellos, “voluntariza” a su esposa para una mission, la envía a la primera línea de fuego, al encuentro del profeta, envuelta en un disfraz.

Al mejor estilo de la tradición de la coima  de “Suelta tu pan sobre la faz del agua”, y como si no existiera “una profecía gratuita”, le entrega en su mano un presente como coima al profeta: diez panes, ovejas (consultar en Bereshit, capítulo 31, versículo 10) y una botella de miel, quizás, para que la profecía sea dulce como él.

Ajiá, el Shiloní (al que nuestros Sabios de Bendita Memoria identificaron como el rabino del profeta Eliahu), un profeta auténtico anciano y con dificultades en la visión, y aparenta ser alguien que no conoce demasiado, pero en realidad, lo sabe todo a partir del poder de una voz celestial que se le ha revelado. Una comedia shakesperiana-¿tal vez, tragedia?, en su máxima expresión. Lo que a primera vista se refleja como un teatro del absurdo, un mundo desprovisto de Dios, sin sentido y sin rumbo, se revela como una realidad guiada por la mano de Dios, del principio al fin. Esto emanó de Dios, es maravilloso a nuestros ojos.

A primera vista, superficial, hay aquí una exhibición cruel, y aunque sea aparente, de insensibilidad y falta de empatía, frente al sufrimiento desgarrador de una madre desesperada por su hijo que sufre tanto dolor. En efecto, el profeta no está a cargo del rincón de caricias. Un profeta verdadero no reparte amuletos ni consuela a todos los que acuden a él con frases vacías. “Estará bien”, “No se preocupen, todo estará bien”.

Un profeta auténtico dice la verdad, aún si la misma es dura, reprende en el acceso a la ciudad, advierte acerca de injusticias, clama contra los pecados del rey.

Aquí no hay consuelo. Ni una pizca de esperanza. Pero hay aquí una gran verdad, que aún si su comienzo es duro, al final, está destinada a traer el bien.
Cortesía sitio 929

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