El profeta Yeshaiahu repite varias veces la expresión “Dios está con nosotros”, a fin de fortalecer la fe de la gente de Iehudá en la salvación de Dios, y hacer hincapié en que no deben confiar en el rey de Ashur (Asiria), que los habrá de salvar de manos del rey de Efraim y el rey de Aram.
El rey Ajaz se encuentra en una situación difícil. El rey de Israel, Pekaj, el hijo de Remaliahu, y el rey de Aram, se unieron para luchar en su contra. Él pide tomar contacto con Tiglat Pileser, el rey de Ashur, para que los salve (Melajim II, capítulo 16, versículo 7). El resultado de esta movida fue que el rey de Ashur exilió a varias partes del reino de Israel en la primera tanda (Melajim II, capítulo 15, versículo 29), antes del exilio final del reino de Israel, que tuvo lugar en el período de Hoshea, el hijo de Elá (Melajim II, 17).
El profeta Yeshaiahu, a partir de la misión encomendada por Dios, le indica a Ajaz que no se dirija a Ashur ya que como vástago del reinado de David debe confiar en Dios y abstenerse de implicar a factores ajenos en sus conflictos con el reino de Israel. Además de la incredulidad reflejada en este paso, le insinúa que puede llegar a verse afectado por la brasa del rey de Ashur, en la medida que solicite su ayuda, en lugar de confiar en Dios.
Incluso le propone al rey Ajaz pedirle una señal a fin de potenciar su confianza en las palabras de la profecía. No obstante, Ajaz, que como es sabido, hizo el mal, más que todos los reyes de la Casa de David y hasta sacrificó a su hijo al Molej, se niega a pedirle una señal a Dios, se muestra completamente despectivo con los conceptos de la profecía y opta por convocar al rey de Ashur, a fin de solicitarle ayuda.
Tras negarse el rey Ajaz a creer en la palabra de Dios, se convierte en alguien irrelevante. El profeta le habla directamente al pueblo y por medios muy concretos desea enseñarles que Dios estará con ellos y los protegerá, como se lo prometiera a David. No solo que los reyes de Israel y Aram no podrán con el reino de Iehudá, sino que también el poderoso reino asirio le hará daño solamente al reino de Israel y no al reino de Iehudá. Y así es como realmente sucedió en el período del rey Jizkiahu, quien se arrepintió y retornó plenamente a la senda de su Dios (Melajim II, 18)