El problema de oír y escuchar no solo caracteriza a los malvados, sino también a aquellos que "juran por el nombre del Señor y hacen mención del Dios de Israel", y no logran escuchar la voz de Dios que resuena en la historia.
La profecía "Oigan esto, los de la Casa de Iaacov" (capítulo 48), trata sobre el fracaso de escucha de los hijos de Israel. La raíz "Shemá" (escuchar) aparece nueve veces en el capítulo y una vez la raíz "kashav" (prestar atención) (versículo 18).
El problema de oír y escuchar no solo caracteriza a los inicuos que no tienen paz (versículo 22), sino también a aquellos que "juran por el nombre del Señor y hacen mención del Dios de Israel" (versículo 1). La falta de escucha y el taponamiento de los oídos de aquellos que juran en el nombre de Dios al principio del capítulo, los llevará a convertirse en completamente malvados al final.
El profeta enfoca el problema de la falta de escucha a la palabra de Dios en dos áreas, el cumplimiento de los mandamientos y el abandono del exilio: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te enseña para tu provecho; que te conduce en el camino por donde debes andar. ¡Oh si escucharas Mis mandamientos!... Salgan de Bavel, huyan de los kasditas (caldeos), con voz de cántico anuncien, hagan saber esto; háganlo salir hasta los fines de la tierra; digan: "¡El Señor ha redimido a Su siervo Iaacov!".
A veces, incluso las personas que juran en el nombre del Señor no logran escuchar la voz de Dios que les habla a través de los procesos históricos del fin del exilio y el llamado a la redención. Están sumergidos y fijados en concepciones antiguas, y no están atentos para escuchar el llamado divino que se renueva: "¡Tú lo oíste: lo ves todo!, y ustedes, ¿no lo anunciarán? Desde ahora te hago saber cosas nuevas y reservadas, que no las habías conocido. Han sido creadas ahora, y no de antiguo tiempo, y antes del día de hoy nunca las oíste; a fin de que no puedas decir: "He aquí, yo las sabía ya!. Al contrario, no las oíste, ni las conociste, ni desde entonces tienes abiertos tus oídos (versículos 6-8).
Aquellos que "juran por el nombre del Señor" y mencionan frecuentemente al Dios de Israel (versículo 1), tienen sus oídos tapados para escuchar la palabra de Dios que se revela en los procesos históricos. Se abstienen de abandonar el exilio por una terquedad que les impide reconocer el cambio de los tiempos y el llamado Divino a la renovación y la redención (versículo 4). El profeta sostiene que esta falta de escucha es una traición y una transgresión (versículo 8).
Si hubieran escuchado, habrían merecido " tu paz fuera como un río... como la arena tu linaje... no será cortada ni destruida..." (versículo 19) y el viaje de redención a la tierra de Israel se habría desarrollado como en la generación del éxodo de Egipto: " aguas de la peña hizo correr para ellos; pues partió la peña, y fluyeron las aguas" (versículo 21). Como no escucharon, fueron sentenciados ellos y todo el pueblo después de ellos, a un camino de redención agotador y doloroso.
Los antiguos comentaristas vieron esta profecía como dirigida a la generación del retorno a Tzión. La gran mayoría de los exiliados en Bavel, y precisamente los más distinguidos entre ellos, no se unieron a Zerubabel, Ezrá y Nejemiá, y prefirieron la tranquilidad ilusoria del exilio, tanto espiritual como material (versículos 14-15), en lugar de responder al llamado de subir a la tierra con sus dificultades y desafíos. Esto tuvo un costo alto, tanto para los que permanecieron en el exilio como para el pobre asentamiento que luchaba por su existencia en la tierra.
Hoy sabemos que esta es una profecía que fue necesaria para todas las generaciones. Hasta el día de hoy.
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