Reeducación

Reeducación

 

A raíz del libertinaje y la embriaguez, es necesario un proceso educativo profundo, paciente y prolongado, que haga retornar al pueblo a los principios morales que constituyen la base de una sociedad sana.

Como consecuencia de los poemas del vino y las tragedias de los capítulos 24-27, llega el poema de los borrachos que encontramos en el capítulo 28: “la soberbia corona de los borrachos de Efraim” (versículos 1,3). Los que festejan “se aturdieron a causa del vino, y se extraviaron a causa del licor fermentado; el sacerdote y el profeta se aturdieron a causa del licor fermentado; se atontaron por el vino, se extraviaron por el licor fermentado; yerran en visión, tropiezan en juicio” (versículo 7); hasta que la taberna se transformó en una guarida de borrachos, “Porque todas las mesas están llenas de vómito asqueroso, sin que haya lugar (limpio)” (versículo 8).

Pero a pesar de dirigirse en el comienzo a los borrachos de Efraim, no se trata de una profecía alusiva a Efraim. En la continuidad del capítulo queda claro que el profeta se dirige a su público jerosolimitano con la intención de disuadirlo. Miren, les dice el profeta, cómo aquello que en un principio se ve como una fiesta alegre y divertida, termina deteriorándose en una reunión de borrachos que se revuelcan en su vómito.

Ahora comienza la obra educativa del profeta en Ierushalaim, desde la base. Los que contrastan con los bebedores de vino son: “los destetados de la leche, los recién quitados de los pechos” (versículo 9). Cuando los adultos no prestan atención, Yeshaiahu comienza a preparar la infraestructura para las próximas generaciones. Tal como lo hiciera en la profecía alusiva a los niños (capítulos 7-12): “Ataré el testimonio, sellaré la ley entre mis discípulos. Y yo aguardaré al Señor, que ha ocultado Su rostro de la casa de Iaacov; y Le esperaré a Él. He aquí que yo y los hijos que me ha dado el Señor, somos para señales y para signos en Israel, de parte del Señor de los ejércitos, que habita en el monte de Tzión” (capítulo 8, versículos 16,17,18).

Se dirige, aparentemente, a los niños pequeños y principiantes, a quienes se les debe hablar en un idioma para principiantes: “en una lengua extraña y en otra lengua” (versículo 11). Hay que construir la educación desde la base, desde el alfabeto: “precepto tras precepto, precepto tras precepto, norma sobre norma, norma sobre norma, aquí un poco, allí otro poco” (versículos 10, 13)

El retorno a los fundamentos primarios de la moralidad (versículos 22,26) es la colocación de la piedra fundamental para una sociedad sana de la próxima generación: “He aquí que Yo pongo en Tzión por cimiento una piedra, piedra de fortaleza, angular, preciosa, de firme asiento: y aun el creyente no se apresurará (de creerlo)” (versículo 16). La restauración de la ley y la observancia de la ley y los preceptos (versículo 17), tendrá lugar en un proceso paciente y prolongado, que requiere la paciencia de un agricultor. El educador ara y siembra, labrando y gradando  (versículo 24) cada especie según sus necesidades, cada parcela en sus límites (versículo 25), y llegado el momento, trillará y cortará el trigo (versículo 27), y del mismo, horneará pan (versículo 28). Este es el consejo, la sabiduría y el ingenio (versículo 29) del agricultor arraigado a su tierra, lo opuesto a los borrachos de la bodega. En él, coloca el profeta su esperanza y seguridad para un mejor futuro para la Casa de Israel.

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