Nuestro capítulo se divide en dos temáticas diferentes: en la primera parte, el profeta describe un proceso de redención y en la segunda parte describe la destrucción del reino de Israel.
Redención (versículos 1-6)
El profeta comienza la profecía de la redención con un anuncio al pueblo: “El pueblo que anda en tinieblas, vio gran luz” (versículo 1). En la época de la redención, los elementos se invirtieron, y algo malo se transformará en algo bueno, de un modo repentino e imprevisto, es posible que el profeta insinúa la salvación de Ierushalaim en la campana de Sanjerib. El profeta describe que “un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado”, ese mismo niño se llamará “y el Consejero Maravilloso, el Dios Poderoso, el Padre Eterno lo llamará: "Príncipe de paz". Ese “hijo” es, aparentemente, el rey salvador que será parte del proceso de la redención y es el que llevará al reino de la Casa de David a convertirse en un reino “desde ahora y para siempre”, un reino que se sustenta “en juicio y justicia” (versículo 6).
Destrucción (versículos 7-20)
Este párrafo marca un contraste con el pasaje anterior, y aquí, el profeta describe una dura destrucción en el reino de Israel. Los conceptos son citados en pasajes que concluyen con un estribillo fijo “¡Con todo esto no se ha mitigado Su ira, sino que Su mano está aún extendida!” (versículos 11;16; 20). La descripción de la calamidad es dura e incluye descripciones aterradoras de una dura hambruna que deriva en canibalismo: “sino que arremete a la derecha, mas tiene hambre, y devora a la izquierda, pero no se harta: comerán cada cual la carne de su mismo brazo” (versículo 19).