Dos emisarios divinos aparecen a lo largo del libro de Yeshaiahu. Uno, emisario de calamidad y el otro de salvación. Esto nos enseña que todos los eventos que ocurren en el mundo están en manos de Dios, y hacia Él debemos dirigir nuestras miradas.
Yeshaiahu, el profeta del consuelo, como lo llaman Jazal, nuestros Sabios de Bendita Memoria (Baba Batra 16a), no se contenta solo con profetizar la calamidad de que Israel será exiliado de la tierra, sino que también establece un fin y un tiempo para ello y profetiza que el cambio ocurrirá a través de Koresh, el rey de Persia. Koresh, es quien proclamará la reconstrucción de Ierushalaim y el establecimiento del Templo de Dios, dentro de ella (versículo 1).
Koresh, de un modo milagroso, es llamado el “Mashiaj de Dios”, “ el ungido del Señor” - una expresión que generalmente está reservada para el Mashiaj de la simiente de David que reinará sobre Israel en el futuro. El profeta describe cómo Dios, sostendrá su mano derecha y derribará a todos sus enemigos ante él. Incluso pondrá los tesoros de las naciones en sus manos, todo esto para que Koresh sepa que " para que sepas que Yo soy el Señor, el que te llama por tu nombre, el Dios de Israel" (versículo 3).
También Sanjerib, el rey de Ashur, Asiria, fue un emisario de Dios, pero se desempeñó como emisario de calamidad. Se le consideraba como la vara de castigo de Dios, utilizada para castigar a los pecadores y transgresores de Israel y de otras naciones, como dice el profeta: " ¡Ay de Ashur, vara de Mi ira, y el palo en su mano es (instrumento de) Mi indignación!" (capítulo10, versículo 5).
Parece que estas profecías no están dirigidas solamente a Koresh y Sanjerib. La intervención divina en los acontecimientos históricos de una manera tan fuerte y prominente también nos enseña que es Dios, quien dirige el mundo y que el mundo no está en absoluto sujeto al azar. En la misma medida que ya hemos aprendido que las tribulaciones que nos sobrevienen no dependen de las personas sino de la voluntad del Señor y llegan a través de Sus representantes, así nos enseña el profeta que la salvación tampoco depende de la bondad de una persona u otra, sino de la gracia del Señor y Su deseo de salvarnos.
Además de la acción directa requerida contra nuestros enemigos o amigos, debemos elevar una plegaria al Creador del mundo para que nos salve, y agradecerle y alabarle por la redención de nuestras almas.