En la lamentación aparecen dos voces. La primera voz, es la del doliente que observa de costado, apesadumbrado, y la segunda voz, es la voz de Ierushalaim en su duelo. A través de esas dos voces, también juntas, percibimos la angustia y la conmoción.
La Ierushalaim a posteriori de la gran destrucción, después de que la bota babilónica la asoló y pisoteó. En el marco del impacto sentido por el pueblo, que siente que el Dios en el cual creía, lo abandonó, un hombre está sentado en la esquina, contemplando y comenzando la lamentación: “Cómo está sentada solitaria la ciudad”.
El relato comienza con la mirada del doliente. El doliente se aferra al orden alfabético hebreo-“Eijá”: Cómo, “Bajú”: lloraban, “Galtá”: ha sido exiliada. Tal vez, el orden alfabético le sirve de apoyo, algo estable dentro de la conmoción, tal vez, el alfabeto manifiesta la destrucción global. Nada ha quedado, todo ha sido destruido, de la primera a la última letra.
Dos voces surgen en la lamentación. La primera voz es la del doliente, quien aparece como aquel que observa de costado, un observador sumido profundamente en el dolor y el pesar, pero aun así contempla tomando cierta distancia, habla de Ierushalaim en tercera persona. Describe su situación, recuerda discretamente que la destrucción fue un decreto celestial por los pecados de Israel. Pero en medio de sus conceptos, irrumpe una voz adicional, la voz de la propia Ierushalaim: “¡Mira, oh Señor, mi aflicción; porque el enemigo se ha engrandecido!” (Versículo 9)
Ierushalaim adquiere una boca, y parece como si le costara escuchar las palabras del doliente y se dirige a Dios-¡mírame, mira lo que has hecho! Y de inmediato, el doliente prosigue y describe “El adversario ha extendido su mano a todas sus preciosidades…” (Versículo 10), y Ierushalaim irrumpe nuevamente-“¡Mira, oh Señor, y considera cómo es Miren y vean, si hay dolor como el dolor mío, que me ha sobrevenido, estoy envilecida!” (Versículo 11). Y en esta ocasión, ella toma las riendas y continúa manifestándose hasta el final del capítulo. Sólo por un instante, el doliente interrumpe en medio de sus conceptos y nos exhibe una imagen, un testimonio del lugar de los hechos-“Extiende Tzión sus manos, mas no hay quién la consuele” (Versículo 17).
Este drama, en el que aparecen ambos personajes-el doliente y la hija de Tzión, se desarrolla como una suerte de contexto del relato. A través de esas dos voces, percibimos la angustia y la conmoción. La entrega y la aceptación del dictamen aparecen una al lado de la otra, el clamor y la rebelión, el reconocimiento de los pecados junto a la dura acusación contra el Dios que no se apiadó-“ Miren y vean, si hay dolor como el dolor mío, que me ha sobrevenido” (Versículo 12).
Gentileza sitio 929.