Una persona no preciada

Una persona no preciada

No hay nada que hiere más mi sensibilidad que las personas sin hogar que yacen en la calle. No puedo aceptar el hecho de que una persona se asemeje a un objeto, yaciendo sobre un cartón, recibiendo una dádiva, una moneda, con sus prendas gastadas. Tiene rostro y nombre, pero aparentemente no es preciada por nadie.

Los dos versículos que abren el capítulo 4, nos desafían. El primero, está escrito cual si fuera una adivinanza: “Cómo se ha empañado el oro!, ¡cómo se ha demudado el oro finísimo! ¡Esparcidas están las piedras del santuario por las encrucijadas de todas las calles! (versículo 1), o sea: cómo el oro, las piedras del Templo, están dispersas en sitios no adecuados para ellas. El segundo versículo esclarece de qué y de quién se trata: “Los preciosos hijos de Tzión, una vez igualados con el oro puro, ¡cómo son considerados, como vasos de barro, obra de manos de alfarero!” (Versículo 2), es decir, los hijos de Tzión, eran contemplados como algo que no tiene valor.

¿Quiénes son los  “los preciosos hijos de Tzión”? ¿Acaso puede ser estimado el valor de la persona? En los tiempos en los cuales se vendían esclavos, no se calculaba su valor como personas, sino su valor en función de la mano de obra. ¿Acaso la persona tiene un precio? ¿Es posible valuar a una persona por su condición de persona? A veces, me dirijo a alguien con el apelativo: mi querido. Principalmente a mis familiares queridos, ¿cómo llego a evaluar su condición de “queridos”?

Veamos cómo es que procedemos para cuidar nuestros objetos preciados: son conservados delicadamente, a veces en una caja de seguridad. Cuanto más preciado es algo-está más protegido, cuidado. Cuanto más barato es, de poco valor, está expuesto, al alcance de todos, nadie lo valora por lo que es. Lo que está expuesto a todos no puede ser algo preciado.

No hay nada que hiere más mi sensibilidad que las personas sin hogar que yacen en la calle. No puedo aceptar el hecho de que una persona se asemeje a un objeto, yaciendo sobre un cartón, recibiendo una dadiva, una moneda, con sus prendas gastadas. Tiene rostro y nombre, pero aparentemente no es preciada por nadie.

Leemos estos versículos como una horrenda descripción de la destrucción. Pero en nuestro entorno cercano, en los días de bienestar, no hay pocas personas como esas. A mi parecer, su presencia no nos quita el sueño.
Gentileza sitio 929 

 

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