Como parte del proceso de redención, existe la expectativa de venganza contra los malvados, pero esta tarea está en manos del Rey del mundo y está completamente excluida de la responsabilidad práctica del ser humano.
Los capítulos de redención de Yeshaiahu nos presentan un sistema multifacético de diversos tipos de redención. El capítulo 61 trata sobre la redención del pueblo y su liberación del cautiverio para convertirse en un reino de sacerdotes y una nación santa. El capítulo 62 aborda la redención de Tzión y Ierushalaim, la ciudad y la tierra. El capítulo 63 trata sobre la venganza.
La raíz "שלם" (del vocablo “Shalom”, “Paz”) en sus diversas formas aparece en el libro de Yeshaiahu muchas más veces que la raíz "נקם" (del vocablo hebreo “Nekamá”, “venganza”). En la era moderna, donde el valor de la paz se eleva a la cima de la escala de valores, al menos, para una parte significativa de los líderes culturales del mundo, es difícil asimilar la idea de venganza. Hay que recordar que tanto en el mundo de los profetas de Israel como en el de los Sabios, la paz ocupaba un lugar mucho más importante que la venganza. Aunque los Sabios establecieron que grande es la paz porque todas las bendiciones culminan con ella, y es el nombre de Dios, también enseñaron que grande es la venganza que se coloca entre dos nombres divinos: "Dios de venganzas es el Eterno" (Berajot 33a). No obstante, también la limitaron y establecieron que es buena y deseable sólo dentro de límites definidos.
La descripción del Dios de las venganzas en el capítulo 63 es muy concreta y colorida: llega de Edom, con ropas rojas de sangre (versículos 1-2), como alguien que regresa de pisar uvas en el lagar. Él pisotea y aplasta (versículo 3), golpea con su brazo, y pisa a las naciones con su ira y su furia (versículos 5-6). No hay duda de que a los ojos del profeta, la redención está vinculada con la venganza (versículo 4).
En contraste con la ira proyectada sobre los malvados del mundo, la segunda parte del capítulo comienza con misericordia y compasión hacia el pueblo de Israel, los hijos de Dios (versículos 7-9). Pero incluso el capítulo de misericordia y compasión contiene una justificación para la venganza ejercida contra las naciones, ya que hicieron a Israel lo que Dios les hará a ellos en el tiempo de la venganza (versículo 18).
Es sorprendente que en este llamado a la venganza en este capítulo, y también en otros lugares, no hay expresión de deseo por parte del pueblo de Israel de tomar parte en la acción. No se declara la guerra contra los pueblos, no se teñirán de rojo las vestiduras de Israel con la sangre de los enemigos caídos, ni los guerreros del rey Mashiaj se empaparán en sangre, ni sus caballos pisotearán a los soldados enemigos. La venganza está completamente en manos de Dios. Existe la expectativa de ver la caída de los malvados, hay esperanza de que el orden natural y normal donde el justo prospera y el malvado sufre, se haga realidad. La fe en la bondad, la justicia y la misericordia divina busca ver con los propios ojos y sentir realmente que se hace justicia y que quien lo merece, recibe su castigo. Pero esta tarea está en manos del Rey del mundo, colocada entre dos nombres divinos, y está completamente excluida de la responsabilidad práctica del ser humano.