Elí actuó de la mejor forma en favor del legado de sus antepasados e incluso reaccionó con nobleza al decreto que se le impuso.
Cual si fueran cuervos, los estudiosos contemporáneos del texto bíblico se reúnen alrededor del cadáver de Elí el anciano. Cuán fácil es picotear de este cadáver viejo y pesado. Cuán fácil resulta explicar cómo se focalizó el anciano líder en los preceptos del hombre para con Dios, y descuidó aquellos que marcan las relaciones del hombre con su prójimo; cómo no se preocupó profundamente por su pueblo, ni tampoco por sus hijos, y sólo el destino del arca del pacto fue decisivo. Pero justamente quiero referirme al elogio de Elí. El gris del anciano Elí sobresale en presencia del resplandor del joven Shmuel. A diferencia de Shmuel, el carismático y profundo, Elí es como Salieri junto a Mozart. Esto, nadie lo sabía mejor que el mismo Elí. Sabía que sus oídos están sellados para la voz de Dios, que le habla a Shmuel. Pero el mundo necesita también de los Salieris.
Elí fue Juez de Israel durante cuarenta años. Fue respetuoso del legado de sus antepasados y del servicio a su Dios. No era perfecto, ya que no existe persona que lo sea, e hizo lo mejor en favor de un antiguo legado. ¿Qué es lo que se le puede pedir a una persona más que su mejor capacidad?.
El terrible veredicto sobre su futuro lo aceptó con nobleza: “El Señor es; que haga lo que es bueno a Sus ojos” (Capítulo 3, versículo 18).
Y después de todo, es conveniente recordar también esto: sin Elí, no hubiera existido Shmuel.
Gentileza del sitio 929