Avanzando y retrocediendo

Avanzando y retrocediendo

El libro Shoftim (Jueces) nos sorprende con la estrepitosa caída del pueblo tras el apogeo de la época de Yehoshua. Pero el episodio de la creación ya nos ha enseñado que la historia tiene sus propios cálculos. La persona no es una máquina que opera a un ritmo constante y su avance está cargado de pausas y contratiempos hasta que alcanza su destino.

El libro Shoftim nos conduce de picos altos a picos bajos. El pueblo que conquistó la tierra en forma tormentosa en el período de Yehoshua, estando consolidado en forma suprema desde el aspecto nacional y espiritual, de repente se derrumbó, se desintegró en sus tribus y se hundió en la pequeñez. El derrumbe lo llevó al fracaso espiritual y a hundirse en el pantano del pecado y a raíz del pecado y la desintegración nacional, el pueblo de Israel se convirtió en un pueblo pisoteado por sus vecinos y por los que acechaban desde el exterior. Teníamos la expectativa de que el pueblo se desarrollara en la senda correcta en forma continua y progresiva, pero la realidad es la inversa-el progreso del pueblo se realiza a los saltos y bruscos vaivenes hacia arriba y hacia abajo. La historia no debería verse obligada a alinearse con patrones arbitrarios. A pesar de que el mundo se desarrolla y avanza, esta superación se da a partir de vaivenes hacia ambas direcciones, cada paso hacia adelante es acompañado por un paso hacia atrás, y desde allí vuelve a dar un intrépido salto hacia adelante. La persona no es una máquina que opera a un ritmo constante, su avance de un punto al otro está cargado de pausas y hasta de retrocesos necesarios, a través de los cuales elabora e internaliza lo logrado. Este orden podemos aprenderlo del período del génesis. El relato de la creación incluye en su interior el núcleo de los días del mundo y establece el molde histórico de todas las generaciones. En un inicio, la persona fue colocada en el jardín de Eden, en un punto de partida superior, del cual cayó por el pecado, y de allí retorna y sigue trepando hacia arriba a través de las generaciones y a la par de ello, va ampliando su círculo de desarrollo.

Así también se da en el círculo histٕórico de los libros Yehoshua y Shoftim. El pueblo no se desarrolló a partir de tribus separadas sino que nació en el éxodo de Egipto como un pueblo consolidado. El punto máximo de la unión nacional se dio en los años de la travesía por el desierto alrededor del Mishkán (Tabernáculo) compartido bajo el liderazgo centralizado de Moshé y Yehoshua. El ingreso a la tierra modificó su forma de vida, la misma demandó una alta entrega para hacer florecer el desierto y crear un gran asentamiento y una sólida base económica. En forma natural, las tribus se tornaron adictas al desarrollo de sus heredades, pero a raíz de ello se ensimismaron y rompieron el marco de unión del pueblo, hecho que cambió los valores del pueblo y lo dejó expuesto a la influencia cananea. No obstante, en esa oscuridad, el pueblo marchó lentamente y se reconstruyó, y finalmente volvió a unirse y en los tiempos de David y Shlomó alcanzaron su época dorada de pleno apogeo, en la cual asomó la divinidad en Israel en forma más completa y concentrada.

Editado por el equipo del sitio del Tanaj del libro “Oz Vaanavá-Iyunim beYehoshua veShoftim”, publicado por “Midreshet Hagolán”

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