El libro de los Censos o de los Números

El libro de los Censos o de los Números

El libro Bemidbar es llamado en la Mishná (Yomá 7:1, Menajot 4:3), el “jumash de los Censos o de los Números”, como regularmente se le llama en las traducciones al español. Ello se debe a su principio, que presenta con mucho cuidado y orden la revista que se llevó a cabo “el primer día del segundo mes (Iyar), en el segundo año del Éxodo de Egipto”, y a su final en parashat Pinjas, en el año cuarenta de la salida de los hijos de Israel de Egipto y antes de su ingreso a la Tierra Prometida.

En nuestra parashá que se continúa también en Nasó, se dedican no menos que ciento ochenta versículos para llevar a cabo esa minuciosa cuenta.

Estos censos no son los primeros que se llevaron a cabo en el desierto, ya que en Shemot (30:11-16), se describe el primero realizado para la construcción del mishcán, el tabernáculo.

Aún para aquellos comentaristas que opinan que el recuento de nuestra parashá es sólo el fin del conteo iniciado poco tiempo antes con motivo del mishcán y que por ello no hay diferencias en las cifras, no deja de sorprender la necesidad de volver a repasar una y otra vez los números en forma tal que deja a los lectores aburridos de tanto texto sin acción.

¿Para qué se les tuvo que contar y con tanto detalle tantas veces en tan poco tiempo?

¿Qué mensaje nos trae la Torá en la que no encontramos nunca un versículo sin mensaje, una letra de más o una de menos, al transmitirnos en el transcurso de las generaciones esos datos que realmente nos tienen sin cuidado?

La respuesta a este interrogante, la podremos encontrar en el nombre hebreo que hemos adoptado históricamente para este fragmento del Pentateuco: Bemidbar – En el Desierto.

La turba que abandonó Egipto y que se despertó a la libertad después de vivir esclavizada durante tantos años, salió de la normatividad de los egipcios que los sojuzgaban al caos de la libertad, en el desierto. No tenían identidad propia. La que llevaban consigo no estaba elaborada por ellos, sino era producto de la que le habían adjudicado los egipcios.

No habían asumido el destino común.

No en vano se rebelaron tantas veces con o sin motivos y estuvieron dispuestos a regresar a la esclavitud.

Además, en la historia pudimos aprender que muchas acciones libertarias finalizaron en caos y que quienes descubrían de pronto sus ventajas, asumían grandes fragmentos de las conductas contra las que se habían revelado y las hacían propias, sin tomar distancia de sus opresores. Los recién liberados, sojuzgaban a otros, explotaban a otros, y con el pretexto de las gestas revolucionarias mataban, robaban y torturaban.

Pero, nuestros antepasados llegaron al desierto. Al lugar deshabitado. Allí estaban solos. Allí tenían que formarse.

Ya sabemos que esa generación igualmente fue perdida y que no pudo ingresar a la Tierra Prometida, quizás porque no se habían liberado de muchos de los rasgos de la esclavitud que los oprimían, pero en el desierto estaba Moshé que cumplía con las instrucciones y los mandatos de D-os.

Y en el desierto, les pusieron orden. Los limitaron y los disciplinaron. Los contaron y los ordenaron. Los dividieron por tribus y por flancos.

Una y otra vez los contaron. Con amor.

Esta parashá nos viene a decir: No miren sólo los números, observen qué es lo que hay que hacer para salir del caos.

Cuando se encuentren en el desierto, alejados de las fuentes, prepárense para la Revelación del Sinaí porque en ella encontrarán la identidad.

Nuestros padres pudieron convertirse de una turba desordenada en un pueblo, cuando se disciplinaron y se prepararon superando sus propios instintos, para llegar a los pies de Sinaí para recibir las tablas de la Ley.

No en vano, la lectura de nuestra parashá nos introduce en la fiesta de Shavuot, en la que recordamos esa Revelación, acto constituyente para que seamos un pueblo.

Nos lleva a volver a vivir esos momentos en los que dijimos que “Haremos y estudiaremos” las normas que nos hicieron judíos.

 

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