¿Qué se oculta entre las líneas del relato del capítulo y la cuestión de las mujeres no judías, que sume a Ezrá en una terrible crisis descripta en nuestro capítulo?
Hay un significado interesante en las fechas de la inmigración de Ezrá, a pesar de que el libro no hace hincapié en ello. Partieron “el día primero del mes primero reunió a los retornantes de Bavel” (capítulo 7, versículo 9), es decir, en los días de la festividad de Pesaj, o cerca de la misma. Cruzaron el rio Éufrates, cual si fuera un éxodo de Egipto de menor dimensión, “y en el primer día del mes quinto”, llegaron a Ierushalaim. El dia Tishá BeAv, nueve de Av, o cerca de la fecha, ya estaba Ezrá ayunando (capítulo 9, versículos 3-5), con su vestimenta rasgada, clamando y guardando duelo “por haber llegado a la tierra ay fracasado”.
La Aliá, la inmigración de Ezrá comenzó con una gran esperanza “en recuerdo de la salida de Egipto”. Pero inmediatamente después de la alegría del arribo a Ierushalaim, tras la entrega del oro y la plata al tesoro en el Templo y tras las ofrendas festivas-“y acabadas estas cosas” (capítulo 9, versículos 1-2), se escucharon las duras descripciones de los “casamientos mixtos”, “la simiente sagrada se ha mezclado con los pueblos de las tierras”, que son también apoyados por los príncipes y los Cohanim, e incluso lideran la “supervisión” que les conceden, “siendo los príncipes y los altos dignatarios, los primeros en cometer esta infidelidad”.
De la plegaria de Ezrá se infiere la difícil realidad, y la amarga desilusión- ¡no hay redención! ¡No hay continuidad de la simiente de David en el trono de liderazgo en Ierushalaim, en nombre del reino persa!
Con la desaparición de “la simiente de David” del liderazgo de Iehudáy Ierushalaim, también desaparece la profecía. Como lo expresara Ezrá: “Pero ahora, el Eterno, nuestro Dios, nos ha concedido un momento de gracia, dejando un remanente que ha escapado y darnos un refugio en su lugar santo, para que nuestro Dios ilumine nuestros ojos y nos conceda un poco de vida en medio de nuestra esclavitud. Porque siervos somos; y en nuestra servidumbre, nuestro Dios no nos ha abandonado, sino que ha extendido Su misericordia sobre nosotros ante los ojos de los reyes de Persia, para hacernos revivir, reedificar la casa de nuestro Dios y para restaurar sus ruinas, y dándonos un ballado en Iehudá y en Ierushalaim” (capítulo 9, versículos 8-9).
El principal quiebre entre la Aliá de Zerubabel y la de Ezrá, consistió en la desaparición de la simiente de Zerubabel del liderazgo, y entre los capítulos de Zerubabel y la construcción del Beit Hamikdash, el Gran Templo y su inauguración en el año 6 de Dariavesh (Darío) (Ezrá, capítulos 1 al 6), y la Aliá de Ezrá en “el año 7 de Artajshasta” (capítulo 7, versículo 7) hay un “silencio estruendoso”.
¿Cómo y por qué desapareció la “casa de David” del liderazgo en Ierushalaim? ¿Acaso los “escritos hostiles” influenciaron en los reyes persas? ¿Acaso vieron un entusiasmo excesivo entre los judíos, y ante la duda, decidieron designar funcionarios persas en las “provincias de Iehudá? ¿Por qué no continuaron en el liderazgo hasta el final de la concreción de las profecías de redención de Jagai y Zejariá (capítulos 2 al 6).
A partir de esto, llega la dura confesión de Ezrá (Capítulo 9, versículos 10-15), quien consideró que la terrible crisis fue producto de la “inmundicia” de los “casamientos mixtos”, con los “hijos y las hijas” de los “pueblos de las tierras”.
En esta nebulosa y en el marco de este “silencio estruendoso”, resulta claro que los descendientes de Zerubabel no estarán más en el “trono de David” empequeñecido, supeditado a la gracia de extranjeros, los reyes de Persia, y está claro que funcionarios persas jerárquicos del “otro lado del río” tuvieron relación, junto a los shomronim (samaritanos), con lo sucedido en Ierushalaim “ con la espada, el cautiverio, el saqueo y la vergüenza, como en este día” (capítulo 9, versículo 7)-este es el contexto de la Aliá de Ezrá, quien llegó a Ierushalaim con el esfuerzo supremo de salvar al remanente de los “sobrevivientes”.
[1] En los sellos oficiales de la época persa figura la palabra “Iahad” (“Iehudá”), en escritura hebrea antigua.
Gentileza sitio 929.