Una sociedad que vive sin la carrera del esfuerzo alimentada por los celos, sin competencia y sin opresión, literalmente, “se consume a sí misma”.
El capítulo 4 es la continuidad de la obra, que se inició en el capítulo 3, con el “cántico de los tiempos”.
En el capítulo 4 retornan las tres figuras a un enérgico enfrentamiento, esta vez, en el contexto de la ética social. La gran angustia de “la lagrima de los extorsionados” es la gran cuestión, y dicho interrogante no es aquí formulado ante el temeroso de Dios, en relación al cuestionamiento de la justicia y el juicio de Dios en el mundo (como en el capítulo 3) sino entre las voces del “yo”, en relación a las soluciones humanas, éticas y sociales que son propuestas a la problemática.
“Yo, Kohelet” llega al núcleo del tema en una frase. Tras el desaliento que surge de la visión de “la lágrima de los extorsionados”, de que no hay nada que hacer por ellos, plantea un diagnóstico agudo-“ Y he observado yo todo el agobio y toda la excelencia de la acción que es el celo que tiene el hombre de su prójimo” (Capítulo 4, versículo 4). En la base del gran esfuerzo invertido por el hombre se hallan los celos y la competencia, y ellos generan, a partir de la carrera, a los oprimidos y a sus lágrimas, en definitiva son ellos los grandes perjudicados de la carrera del esfuerzo y la acción, que se alimenta de los celos.
Tal vez podamos basar la vida en la alegría y la satisfacción, y no en el esfuerzo y la sabiduría, surgen las escuelas que aspiran a resolver parte de los problemas del sufrimiento en el mundo, si tan solo desarraigáramos los celos! A pesar de que crearíamos una sociedad pobre, las personas que vivan en ella se habrán de conformar con lo que tienen, sin “los celos de unos a otros”. Tal vez sea una sociedad más dichosa, ya sea que se trate de una sociedad más equitativa (la antigua comuna o el comunismos moderno), o en la cual cada uno recibirá su “parte en la vida” a partir de la creencia del destino, preestablecido, según las estrellas o de la creencia de la reencarnación (como en algunas corrientes de la India).
Por otra parte, surgen otras escuelas que aspiran a basar la vida en la alegría y la satisfacción, y no en el esfuerzo y la sabiduría, tal vez podamos resolver parte de los problemas del sufrimiento en el mundo, si tan solo desarraigáramos los celos! A pesar de que crearíamos una sociedad pobre, las personas que vivan en ella se habrán de conformar con lo que tienen, sin “los celos de unos a otros”. Tal vez sea una sociedad más dichosa, ya sea que se trate de una sociedad más equitativa (la antigua comuna o el comunismos moderno), o en la cual cada uno recibirá su “parte en la vida” a partir de la creencia del destino, preestablecido, según las estrellas o de la creencia de la reencarnación (como en algunas corrientes de la India).
Cualquiera de estas opciones, consume del fondo, de la herencia de los padres que se esforzaron para ello, o del patrimonio de otros. Una sociedad que vive sin la carrera del esfuerzo alimentada por los celos, sin competencia y sin opresión, literalmente “se consume a sí misma”-“El indolente cruza sus manos y consume su propia carne.(Y dice): Es mejor una mano colmada con quietud, que dos puños colmados con agobio y pastoreo de viento” (Capítulo 4, versículos 5-6).
Resulta difícil hallar un definición más precisa que “consume su propia carne” para los intentos humanos de solucionar el sufrimiento de los oprimidos, mediante la creación de una sociedad en la cual no hay opresión ya que no hay en ella competencia, y las personas que habitan en ella consumen su carne, y generan una sociedad de pobres. Por otra parte, retornamos y contemplamos el otro extremo (no menos absurdo), del esfuerzo alocado, en el que “no hay límite para todo su agobio” (Capítulo 4, versículo 8).
A partir de ello, surge una conclusión necesaria (Capítulo 4, versículos 9-11)-“Mejor son los dos que el uno”, y los dos se refiere a aquel que “se esfuerza” y al que está “contento” (“El indolente”). En el ámbito social, no se puede sin esfuerzo y sin competencia, pero debe preservarse un equilibrio y dejar lugar para la alegría de la vida. Esos son “los dos”, donde cada uno podrá levantar a su compañero si se habrá de caer, y también podrán acostarse juntos y “sentirán calor” como una pareja feliz-“pero el uno, ¿cómo habrá de sentir calor?
Así se comprende el debate entre “los dos” y “el uno” que se hallan entrelazados orgánicamente.
No obstante, a fin de lograr la completud, se requiere de las tres fuerzas en correcto equilibrio, ya que solo “el hilo tríplice no con prontitud se romperá” (Capítulo 4, versículo 12). He aquí que, por ejemplo encontramos “un rey anciano y necio” que posee grandes actos y de los cuales siente satisfacción, pero puede llegar a caer ante “un niño mezquino y sabio” (Capitulo 4, versículo 13)-el niño no posee riqueza, no tiene “acciones”, ni tampoco satisfacción de los frutos de sus actos, pero es probable que sobreviva y hasta acceda a la grandeza, mientras que el rey anciano “que no sabe precaverse más”, no tiene chance.
La solución completa requiere de las tres fuerzas.
Pero el intento de equilibrar a los tres factores en un equilibrio delicado y modesto, tampoco prosperará, ya que “todos los vivientes, los que se encaminan -bajo el sol” (Capítulo 4, versículo 15), no se regocijan con el enlace equilibrado de “esfuerzo, alegría y sabiduría”, y no aprenden la lección. Ellos preferirán encaminarse con “el rey anciano y necio”, a pesar de los relatos acerca “del otro niño que ocupará su lugar”, y no se alegrarán con los grandes cambios que realizan los jóvenes (“niños”) sabios con espíritu rebelde.
Extraído del libro: “Ani Kohelet-Makhelat Kolot Bidmut Ajat”, Ediciones Maguid.
Gentileza sitio 929.