“Y le dijo el Eterno a Moisés: Diles a los sacerdotes, los hijos de Aharón, que ninguno de ellos se impurificará con los muertos entre su gente, salvo por los parientes cercanos: su madre, su padre, su hijo, su hija y su hermano.... pero no se contaminará si fuere hombre principal entre su pueblo... Santos serán para su D-s y no profanarán Su Nombre, pues son ellos los que brindan las ofrendas al Eterno.”
(Levítico 21, 1-6)
Pregunta: ¿Por qué limitó la Torá al sacerdote a impurificarse por algunas personas y por otros no?, ¿No es acaso el mismo tipo de impureza la de un pariente cercano que cualquier otra persona?
Respuesta:
Con el fin de responder a las preguntas planteadas, Abarbanel hace primero una introducción al tema de la impureza por muerte y sus razones:
La meta y aspiración última del hombre radica en que al final de sus días sean separados los dos componentes que lo forman: El cuerpo y el alma, sin dejar ninguna parte del uno en el otro. Esto se comprueba con el siguiente versículo: “Y vuelva el polvo a la tierra como antes, y retorne el espíritu a D-s que lo dio” (Eclesiastés 12,7).
Esta separación es difícil, ya que en la mayoría de los hombres el alma se ha contaminado con el mundo material y los placeres corporales durante el tiempo de convivencia mutua. Por consecuencia, al momento de la muerte, quedan todavía en el cuerpo partes del alma que se “pegaron” a éste; siendo en su mayoría los elementos negativos provenientes del lado de la impureza. Por tanto se dijo así en el Talmud: “El alma del malvado es tan difícil que se separe del cuerpo como la lana de las espinas”. En contraste con ésto, el cuerpo de los animales no impurifica, precisamente porque en ellos no aplica la reminiscencia espiritual negativa al momento de la muerte.
La Torá entonces, estableció la impureza de muerte para las personas, ya que en la mayoría de los casos, en algunos más y en otros menos, quedan en el cuerpo del muerto estos “aires negativos”. De hecho el alma “sube y baja” durante doce meses para eliminar gradualmente esta reminiscencia. (Esta es una razón por la cual el luto dura precisamente este periodo).
Existieron casos excepcionales como el de Rabi Yehuda Hanasí, donde el Talmud relata que los mismos sacerdotes se ocuparon de su entierro ya que no existió en su cuerpo impureza alguna; este gran líder logró en su vida purificar a tal grado su alma que al momento de morir no hubo ninguna parte del alma que quedó en su cuerpo y por tanto lo que hubo que enterrar fue puro polvo cumpliéndose aquí en su totalidad el versículo de Eclesiastés (ibid).
Ahora bien, los sacerdotes que siempre están en contacto estrecho con el trabajo sagrado y las cuestiones espirituales no pueden contaminarse ni la mínima parte ya que todo lo que ellos representan es la elevación máxima del espíritu como ideal a alcanzar.
La razón por la que permitió la Torá encargarse del entierro de sus parientes consanguíneos es por causas de fuerza mayor, ya que de no ser así nadie más lo haría faltándose así el respeto del difunto.
Aunque hoy en día, estas cuestiones de pureza e impureza no aplican prácticamente (ya que no contamos con el Beit Hamikdash), su mecánica de funcionamiento y razón teórica nos alumbran el camino a seguir y las metas que cada hombre debe plantearse en su vida tratando siempre de elevar su alma santificando sus actos cotidianos.