Los hijos de Israel pensaban que podrían reparar el pecado a través del ascenso a la tierra. Pero Moshé les indica que el pecado no consistió en el desprecio manifestado por la tierra sino el desprecio por Dios. El asentamiento en la tierra depende única y exclusivamente de la voluntad de Dios y de escuchar su voz. Debemos ser merecedores de la tierra de Israel.
El pecado de los espías fue un tremendo fracaso para los hijos de Israel. Ellos despreciaron la tierra prometida, y no confiaron en la promesa de Dios. Tras escuchar acerca del terrible castigo que les fuera decretado, los hijos de Israel se arrepienten por su pecado, y desean expiarlo. Ellos quieren ascender a la tierra de Israel, y conquistarla de inmediato de manos de los Kenaanim. Moshé los persuade: “¿Para qué es que ustedes transgreden el mandato del Señor? ¡Pues ello no va a prosperar!No asciendan, pues El Señor no está entre ustedes, y no sean derrotados ante vuestros enemigos” (Versículos 41-42)
Los hijos de Israel consideran que el pecado del desprecio por la tierra, será reparado por esta voluntad de conquistarla, pero Moshé los corrige: el pecado no consiste en el desprecio por la tierra. El pecado es el desprecio por Dios. Cuando Dios ordenó el ascenso a la tierra-se trataba de un mandamiento elevado. Pero después del pecado, cuando Dios prohibió ascender a la tierra hasta tanto transcurran los cuarenta años-el ascenso a la tierra no es un precepto, sino un pecado. El valor de la tierra emana a partir de que Dios la desea. Al prohibir Dios el asentamiento en ella, se convierte en pecado.
Están aquellos que transforman el asentamiento en la tierra en un “hecho absoluto”: según su postura, la santidad de la tierra asegura que sus habitantes nunca serán exiliados de ella. En contraste con este enfoque, los hijos de Israel son persuadidos una y otra vez, acerca de que su asentamiento en la tierra depende de sus actos: “Pero habrán de observar ustedes Mis fueros y Mis leyes, y no habrán de hacer ninguna de estas abominaciones…Que no los vomite la tierra a ustedes -al impurificarla” (Vaikrá capítulo 18, versículos 26-28).
La santidad de la tierra no se manifiesta en una promesa de residencia eterna en ella, sino al contrario: en el eterno peligro del exilio. Debemos ser dignos merecedores de la tierra. Nuestro asentamiento en la tierra está permanentemente condicionado por la voluntad de Dios, quien nos recompensa por nuestras acciones.
Editado por el equipo del sitio del Tanaj del libro "Perashot" publicado por "Maaliot".